Después de una intervención de Andrea Levy en la asamblea de Madrid, en la que se confunde varias veces, comenzaron a surgir críticas desde los sectores de izquierdas. Se podría entender que se criticara el discurso, las palabras, el contenido en definitiva de sus palabras, pero la gente prefirió asumir o, por lo menos insinuar, que Levy estaba “borracha, de salida del after, pedo” y un sin fin de cosas más. Después de esto, la susodicha dijo en diversas entrevistas que tiene fibromialgia, una patología que muchas compañeras sufren y que supone una violencia constante a todas aquellas que viven de forma visible con esta dolencia. Despidos improcedentes por las bajas recurrentes derivadas de sus dolencias, violencia médica, imposibilidad de acceder a su diagnóstico, incomprensión por parte de toda la sociedad o ingresos involuntarios en psiquiatría por deducir que todo lo que nos ocurre es que estamos locas. Según los sectores de derechas, el zasca se había oído hasta en Marte, ya que “los progres” habían insultado a una persona con una enfermedad. Según los de izquierdas, es mentira y está utilizando una enfermedad para justificarse. Pero este problema no trata, únicamente, de izquierdas y derechas, este problema tiene una base mucho más enraizada en el odio: el capacitismo.