Coescrito con Ariana Alonso Celorio (@eirepandemonium)
Parece casualidad que en menos de tres meses de verano estemos siendo testigos de una oleada inmensa de violencia contra las mujeres y la comunidad queer en su conjunto. No solo por parte de la sociedad de a pie, si no también de los medios de comunicación que repiten, una vez más, un discurso sensacionalista y estigmatizante respecto a las personas vulnerables. Llegando a culpabilizar a las víctimas del propio alarmismo generado por los medios. Pero, ¿Qué tienen en común la oleada a pinchazos a mujeres en discotecas y el tratamiento mediático que se le está dando a la viruela del mono? La respuesta es sencilla: Ambos casos promueven estigmas sociales que están arraigados de formas muy calculadas sobre estos grupos vulnerables. Por un lado tenemos el estigma de la Mala Mujer que bebe, sale de fiesta y no se cuida de no ser agredida. Y por el otro tenemos el estigma del Maricón que va contagiando a los buenos hombres con infecciones de transmisión sexual. Estos dos estigmas ya los hemos visto repetidos hasta la saciedad, con la bebida en las mujeres y con la pandemia del VIH en el colectivo queer. No olvidemos que, a pesar de que en la mente colectiva se trate de «maricones», el problema de la estigmatización es del colectivo al completo. De ahí precisamente que se esté peleando tantísimo por borrar la denominación de hombres que tienen sexo con hombres (HSH) por la denominación general y sesgada de «gays». Ignorando en el camino que este estigma afecta a todo el colectivo y que realmente ni siquiera son solo los hombres quiénes se están viendo afectados por esta enfermedad.
¿Qué tienen en común la oleada a pinchazos a mujeres en discotecas y el tratamiento mediático que se le está dando a la viruela del mono? Promueven estigmas sociales que están arraigados de formas muy calculadas sobre estos grupos vulnerables.
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Contexto Histórico
Las noticias de los pinchazos han saltado ahora a la esfera pública, sin embargo a las asociaciones no es algo que nos pille de nuevas. No son los primeros casos que se dan, pero los medios de comunicación han hecho todo lo contrario a ayudar con su discurso alarmante y estigmatizante. La respuesta no es responsabilizarnos a nosotras de estar atacadas por el miedo a la sumisión química, la respuesta es dar herramientas para saber qué hacer como víctimas, como local y como sociedad ante un caso de sumisión química. Haya pinchazo de por medio, o no, porque recordemos que mucho antes de los pinchazos ya se echaban drogas en las bebidas de las mujeres para abusar de ellas.
Cuando las mujeres rompimos la esfera privada y nos adueñamos de ese espacio público que nos pertenecía por derecho, saliendo de fiesta y disfrutando de nuestro ocio solas o con nuestras amigas, también se dio una revolución dentro de la misoginia. Se cambió la perspectiva de la mujer como ama de casa únicamente, para organizarnos una vez más entre la mujer pública y la mujer privada. Es decir, se adaptó la dicotomía Santa-Puta para volver a juzgar a las mujeres por existir fuera de lo que el patriarcado quería para ellas. Ya no éramos buenas mujeres si salíamos de fiesta, nos convertíamos en ganado del que aprovecharse, tanto económicamente por parte de los establecimientos como sexualmente por parte de los hombres. Así se justificó y se sigue justificando las violencias sexuales que se dan en el contexto de la noche y la fiesta. Según el patriarcado capitalista, es culpa nuestra por salir y divertirnos, no de nuestros agresores.
De la misma manera ocurre con el estigma al rededor de la Viruela del Mono, un virus de la familia del de la viruela. No es una infección ni enfermedad de transmisión sexual. Es un virus que se transmite a través del contacto con las pústulas que salen en la piel de la persona enferma. No hay ninguna relación entre prácticas sexuales y esta enfermedad. ¿Por qué entonces se ha dado a entender que se trata de una nueva pandemia sexual como ya lo fue el SIDA? Por una cuestión de alarmismo y estigmatización.
Durante los años 70 y 80 lo vimos con el VIH y la conceptualización de la enfermedad al rededor del ambiente queer. Vimos como las autoridades sanitarias ignoraban a cientos de miles de víctimas solamente porque eran la otredad, porque eran del colectivo y no importaban a la agenda política del momento. Y solamente cuando la infección rompió la frontera del colectivo; ya fuera por que había personas que públicamente se definían como heterosexuales que tenían relaciones homosexuales, o las personas bisexuales que tenían relaciones con heteros, o porque esos heterosexuales se iban a consumir prostitución en la que estaban las compañeras trans; fue cuando por fin se puso el foco mediático en esta pandemia. Y lo hizo con una brutalidad y una violencia impensables. Todo el colectivo se convirtió en el blanco de miles de ideas preconcebidas y dañinas que se mantienen aún a día de hoy. Se nos relaciona de forma directa con una sexualidad de riesgo, se nos estigmatiza y se nos trata como enfermes simplemente por ser del colectivo. Y eso es una forma maravillosa de justificar las violencias asociadas al discurso fascista que lleva en auge la última década.
La violencia estructural
Estas últimas semanas se ha empezado a dar difusión en España a una nueva forma de violencia contra las mujeres relacionada con la sumisión química. Los ataques con jeringuillas hacia mujeres en espacios de ocio nocturno tiene precedentes en otros países como Reino Unido, donde la policía ha llegado a registrar más de 1300 reportes* de needle spiking en seis meses. En apariencia los agresores usarían este método para inyectar drogas que hacen perder la voluntad de las víctimas para así poder agredirlas sexualmente. Por ello ha saltado una alarma social que ha acaparado portadas y noticias a diario. Todo ello sin que en España se haya podido saber qué sustancias químicas se están administrando, cabiendo la posibilidad de que no sea ninguna en absoluto o que se trate de insulina, que no sería detectable en los análisis de laboratorio.
No se está atacando a las mujeres con pinchazos para drogarlas, pues hasta el momento solo se ha registrado un caso positivo en drogas. La violencia en todo esto va mucho más allá de esta posibilidad a sumisión química, se está usando el miedo como mecanismo de control hacia un sector concreto de la población. Con el beneplácito de los mass media que enaltecen este discurso y le dan una perspectiva aún más alarmante sin procurar ningún tipo de herramienta contra ello.
A diferencia de la clase de violencia a la que tendemos a referirnos donde, por lo general, se usa la fuerza física o verbal para lograr conseguir un objetivo concreto, en un segundo plano se producen otra clase de violencias menos evidentes y más omnipresentes en nuestro día a día. La violencia estructural se produce mediante procesos sociales e institucionales con los cuales se causa un daño a cierta parte de la población o a ciertos grupos de la sociedad imponiendo límites a su libertad y a sus necesidades básicas. Este concepto fue acuñado en los años 60 por Johan Galtung, quien lo incluyó como una de las tres dimensiones de su triángulo de la violencia. En su ensayo de 1969 el sociólogo correlacionaba la violencia estructural con la violencia directa, donde un agente humano comete una acción, puesto que la primera violencia respalda en todo momento a la segunda.
El miedo para mantener el sistema cisheteropatriarcal
Todos los sistemas de poder que forman desigualdades sociales como el machismo o la homofobia, entre otros, crean un entorno definido por la amenaza final de violencia directa y/o la amenaza velada del asesinato social. Es aquí donde entra el elemento del miedo como mecanismo de control de masas y de redefinición de la otredad. En las sociedades modernas la cultura del miedo se ha convertido en un mecanismo para crear nuevas formas de gobierno, provocar guerras o controlar los pensamientos de la población. El miedo como instrumento de poder se usa como forma de obtener y mantener el control. Se crea un enemigo común, dentro de los grupos vulnerables, que permite al sistema capitalista señalar como problema a esos grupos en lugar de las acciones del sistema contra los mismos. Se crea un relato único en torno a la problematización de la opresión y no se tiene en cuenta las realidades materiales de las personas afectadas.
El elemento del miedo es empleado dentro de las interacciones sociales para crear realidades subjetivas. Estas subjetividades tratan de crearse homogeneizando las experiencias de la población y provocando que las disconformidades desaparezcan, llegando a la erradicación de aquellos que pasan a ser definidos como diferentes. El miedo, por lo tanto, no deja de ser una construcción mediante la cual el poder opera de una u otra forma y por el que la violencia es legitimada.
«El elemento del miedo es empleado dentro de las interacciones sociales para crear realidades subjetivas.» por @asadafyo
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Conclusiones
En definitiva, el discurso en torno al miedo y el miedo en sí no es una consecuencia natural a una amenaza real. Es una consecuencia directa de un discurso planificado por parte del sistema capitalista como método de sumisión de las masas. Si creas una alarma social en torno al colectivo queer, será más fácil que la sociedad no se levante en contra de las leyes que niegan derechos humanos al colectivo queer. De la misma manera, si creas una alarma social cuyo origen sería la ley «Solo sí es sí», creas también la idea de que la culpa de las agresiones sexuales y la sumisión química de las mujeres, son estas leyes que pretenden protegernos. Es decir, planteas un enemigo común a combatir que valida el discurso fascista que interesa al capital.
Esta estructura donde se castigan las desviaciones del sistema fue descrita por Foucault en su teoría del panóptico, donde se busca imponer comportamintos a sectores de la población. A partir de la hipervigilancia a los sujetos en todos los aspectos de su vida y siendo de esta forma castigados por su conducta disruptiva se buscaría una corrección y/o el autocontrol de su comportamiento.
Al final acaba creándose un ambiente de indefensión y violencia, donde los grupos vulnerables saben que no tienen espacio de defensa. Volvemos a los mismos estigmas de los que estábamos consiguiendo empezar a ver salida, con nuevos motivos pero con idéntico resultado. No podemos permitir que se vuelva a hacer creer a la sociedad que el colectivo queer es el culpable de las ETS o que las mujeres son las culpables de la violencia sexual. Los únicos culpables aquí son, por un lado un sistema de salud deficiente debido a los recortes en materia de salud y la nula educación sexual de la sociedad; y por el otro el patriarcado capitalista que plantea nuestro valor como mujeres en torno a la sexualidad.
La intención en todo momento no deja de ser otra que mantener el status quo a toda costa. En contraposición es necesario una respuesta social y radical que defiende que no tenemos miedo y que no vamos a permitir que el estigma siga manchando nuestras vidas.
Bibliografía
- Los informes de pinchazos de agujas a la policía del Reino Unido superan los 1.300 en seis meses
- Miedo, seguridad y resistencias: el miedo como articulación política de la negatividad
- Zonas muertas de la imaginación.Sobre la violencia, la burocracia y el trabajo interpretativo
- Violencia Estructural
- Violencia Estructural
- VIOLENCE, PEACE, AND PEACE RESEARCH*
Los pinchazos son una muestra del terrorismo machista que quiere que las mujeres estén recluidas en la esfera privada. Hay que plantar cara a esos energúmenos pero para hacerlo hay que unirse y formar algo potente, pero con los valores nuevos. Quienes no vivimos del modo en el que el sistema patriarcal esperaría, tenemos que ser más fuertes, y para ello tenemos que dejar atrás el individualismo exacerbado que ha marcado los últimos años. Debemos organizarnos mejor, al menos de un modo tan eficaz como aquel de la gente que se encuentra todos los fines de semana en sus diferentes templos. En torno a una nueva religión no dogmática, atea/agnóstica (o por lo menos no teísta), feminista, antirracista, ecologista y aliada de LGBTIQ+ lo estaríamos, y podríamos conseguir que se estableciesen comunidades de mujeres, hombres y personas de géneros no binarios en muchos lugares, autogestionadas y con fuertes relaciones de cuidados entre sus integrantes. En el blog infinito5.home.blog escribo sobre ella
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Me encanta vuestro artículo *.*
Desde hace un tiempo creo que una no nace feminista sino que se va educando a lo largo de su vida (esto podría extrapolarse a cualquier fobia, odio , etc).
Soy de la generación del amor romántico de crepúsculo y de leer trilogías como 50 sombras de Grey… Bueno que me voy por los cerros de Úbeda…
Hacia tiempo que no os leía pero cada vez que vuelvo y lo hago aprendo una nueva perspectiva de ver las cosas.
Un saludo!
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