Loca, desatada y enfadada.

La violencia cuerdista se ha cobrado innumerables vidas. Siguen atándonos en los psiquiátricos, encadenándonos a una medicación que no está pensada para salvarnos, que quiere doblegarnos. Siguen contándonos la milonga de que el problema es nuestro cerebro que no funciona bien. Y seguimos tragando con esas violencias a diario porque luchar solas a menudo se hace agotador. Nuestra mente no es el problema, nunca lo ha sido. El problema es un sistema feroz que nos devora desde lo más profundo de nuestra alma e identidad para destrozarnos por completo. Nos vende la idea de la individualidad y nos dice que nos tenemos que curar para que nos quieran, mientras nos hacen imposible estar como supuestamente es estar sanas. Tampoco queremos encajar en esa salud mental que pretenden que traguemos.

Nuestras emociones y respuestas respecto a lo que ocurre a día de hoy a nuestro alrededor, ya es suficientemente sumisas como para que nos hagan creer que debemos someternos aún más. No, no es malo gritar en un momento determinado en el que nos supera todo y no podemos más. No es malo llorar, no somos débiles por hacerlo. No es erróneo ser unas «histéricas» que no nos dejamos pisotear por aquellos que nos quieren calladitas porque estamos más guapas. Nos dicen que tenemos que comportarnos de determinadas formas que son más «correctas» para vivir en sociedad. Que casualidad que esas formas de comportamiento solamente beneficien a un sistema que nos quiere sumisas.

«Nos dicen que tenemos que comportarnos de determinadas formas que son más «correctas» para vivir en sociedad. Que casualidad que esas formas de comportamiento solamente beneficien a un sistema que nos quiere sumisas.» #SaludMental

Abolición de la Psiquiatría.

La abolición de la psiquiatría es un movimiento que parte de las locas. Rompe con la idea de la «salud mental» al plantear la realidad de que en la mayoría de casos no hay ninguna enfermedad preexistente. Hay una situación de injusticia socioeconómica. Toda nuestra vida nos han enseñado a cómo comportarnos, cómo debemos responder a las violencias que ejercen sobre nosotras con una sonrisa en los labios. Nos enseñan a poner la otra mejilla, mientras nos revientan la cara. Pero no queremos a más Andreas atadas en alas superpobladas de psiquiatría hasta su muerte. No queremos a más Olaf siendo desatendidas por el sistema e ignoradas en sus diagnósticos. No queremos más locas atadas a las benzodiacepinas y otras drogas de por vida solo para poder ajustarse a un sistema corrompido. Porque hablar de los traumas que nos acompañan sería mirar de cara a los culpables de los mismos. Nos medican y nos patologizan de por vida porque no quieren que estemos «bien». Porque estar bien implicaría eliminar todas esas desigualdades socioeconómicas que nos marcan. Implicaría acabar con el sistema capitalista, capacitista, cuerdista y opresivo en todos los sentidos.

Es inverosímil ignorar que la dicotomía salud-enfermedad en el ámbito mental, es un constructo que demoniza los comportamientos categorizados como anormales o locos. Y esto es sencillo de ver cuando se piensa con frialdad. No existe una forma de medir las cantidades de serotonina en nuestro cerebro, sin embargo siempre nos dicen que nos falta. Que la culpa es de ese neurotransmisor u otros similares, que no se produce porque nuestro cerebro no funciona bien. Como ya señaló en su momento Thomas Szasz, el constructo de enfermedad alrededor de la locura, no es más que un mecanismo de biologización del sufrimiento psíquíco. Es una manera de perpetuar la idea de que todo lo considerado erróneo, es algo enfermizo. Cuando la realidad es que no hay evidencia de que exista una enfermedad subyacente a los comportamientos que son tratados como tal. Según Szasz, una enfermedad debe detectarse en una autopsia y cumplir con las definiciones de patología en lugar de ser decretada por votos por los miembros de la Asociación Psiquiátrica Americana. Las enfermedades mentales no son enfermedades reales, son mecanismos de alienación de la rebeldía que nace del hartazgo.

Lo que nunca nos han dicho es que el cerebro es un órgano plástico. Que absorbe y se adapta a las circunstancias que va viviendo. Es un órgano que, cuando tiene un fallo, busca cómo adaptarse de múltiples formas. Aunque a veces no lo consiga o lo haga de forma errónea. El problema no es nuestro cerebro, el problema es la sociedad que nos causa estos infiernos que modifican nuestra mente. El problema es que haya unos cánones de belleza que nos lleven a los TCA. Que haya una individualidad y un desapego que nos lleva a sentirnos solas y a la depresión. El problema es que en el ritmo capitalista no caben los cuidados y eso nos genera ansiedad. El problema es que no se nos escuche y ayude de verdad cuando convivimos con otras cuestiones tales como bipolaridad o esquizofrenia. El problema son todas las situaciones de violencia que nos generan los TEPT más a menudo que cualquier guerra. No estamos enfermas, estamos hartas de fingir que esta sociedad está bien.

Claramente es necesario aprender a «comportarse» de tal forma que no hagamos daño con nuestros actos a nadie, no hablamos de eso. Hablamos de cómo se nos llama histéricas por expresar nuestras emociones, de cómo se nos violenta cuando nos negamos a doblegarnos. Hablamos de que la paciencia se considere una virtud cuando nos explotan y someten a unas violencias indecibles. La realidad no es que seamos unas histéricas, locas o desquiciadas. La realidad es que vivimos en un mundo tan sumamente deshumanizado que nuestras emociones, traumas y pasado ya no importan. Solo importa producir para existir y seguir consumiendo. No se concibe salir de ese mecanismo en el que eres asertiva como forma de sobrevivir mientras te callas la frustración. No se concibe quemarlo todo.

«…El neoliberalismo ha conllevado la medicalización de problemas sociales, ampliando significativamente el número de personas que “requieren” los servicios de salud mental.»

Antopóloga Trastornada, en ¿Qué es la antipsiquiatría?

Y, sinceramente, las locas ya no vamos a seguir ignorando las llamas que nos arden en la garganta. Estamos hartas de que se nos instrumentalice y patologice a partes iguales para ganar popularidad gubernamental, pero que después el debate siempre gire en torno a cuántas plazas tienen o no tienen nuestros verdugos. Nunca se habla de que en las universidades se enseña a humillarnos, a someternos y a drogarnos para que nos callemos. No se habla del problema de raíz, porque eso no genera simpatía en el público afín. Que os escupamos las verdades una vez más, no es algo que suela ser agradable de vender a los medios de comunicación. Por eso cuando una loca tiene el micro, como ha ocurrido por ejemplo con Britney, se la humilla y ningunea. Se justifican las violencias que ha sufrido y sufre. Nosotras no vamos a ser amables solo porque os cueste entender que estamos hartas de callarnos la rabia. No os debemos amabilidad, tampoco os debemos pedagogía. Nos debemos a nosotras mismas luchar por nuestras vidas.

«Solo importa producir para existir y seguir consumiendo. No se concibe salir de ese mecanismo en el que eres asertiva como forma de sobrevivir mientras te callas la frustración. No se concibe quemarlo todo.» #SaludMental

La Revolución de los cuidados.

Parece obvio decir que no podemos vivir en un sistema individualizado hasta la médula, no podemos soportarlo porque hacen falta redes de cuidados: hacen falta manos que quieran ayudar y apoyar; hacen falta hombros en los que llorar hasta quedarnos dormidas; hacen falta caricias en el pelo de una mano amiga. La idea de que tenemos que ser «independientes» nos la han vendido con la idea de individualizar los afectos. Nos han dicho con quién y cómo podemos mostrarnos cariñosas, con quién y cuándo podemos desahogarnos, y lo peor de todo es que nos lo hemos creído. Ya no nos sentimos bien hablando de lo que nos duele si no es con alguien con quién tenemos un fuerte vínculo afectivo. Aunque el problema no sea con esa persona. Al final usamos de vertederos emocionales siempre a las mismas personas con quiénes podemos comunicarnos. Y eso si tenemos la suerte de tener con quién hacerlo. Pero cuando hay un problema, deberíamos poder sentirnos capaces de hablarlo con quién lo ha generado. Deberíamos poder hablar sin tapujos y sin miedo a una reprimenda por ser demasiado intensa, histérica o desquiciada.

Y por supuesto que esto dependerá de cada persona, cada cual nos sentimos cómodes en unos términos. Pero hay que pensar si esa comodidad es innata o aprehendida. Porque les peques no tienen tapujos en decir que algo les duele y que no les gusta. Nosotres somos quiénes les enseñamos que hay ciertas cosas que no pueden decir. Y nosotres hemos sido peques antes, a les que también han tenido que enseñar a cómo comportarse. No estamos bien cuando tenemos que tragarnos absolutamente todo, cuando no podemos decir las cosas con libertad. Cuando no podemos relacionarnos en nuestros términos y que el resto del mundo haga lo mismo. No estamos bien cuando una sociedad no concibe los cuidados como norma, si no como un castigo divino por algo que hemos hecho. Y ahí surge el primer problema en torno a la «salud mental», porque el desapego se hace desolador.

Pretender ignorar que las personas necesitan cuidados, porque lo contrario sería asumir que somos incapaces de darlos, porque no nos han enseñado cómo se hace, es también condenar nuestras relaciones interpersonales a ser siempre superficiales y vacías: a ser solo un complemento de nuestras vidas para no sentirnos tan solas como realmente estamos. Y esto es culpa de la imposición del modelo del Amor Romántico, que beneficia de forma directa al capitalismo, en el que nos juntamos por supervivencia. Pero no sirve de nada a aquellas personas que estamos «rotas», porque nuestra supervivencia no es suficiente en los términos del resto de la sociedad.

No, no quiero ir a tu terapia cuerdista.

Cuando hablamos de cuidados, parece que necesitamos agregar muchos peros a los requisitos que se deben cumplir para darlos. Y desde hace un tiempo, una de esos requisitos, es la existencia de la terapia como algo imprescindible para ser una persona «sana» para ser querida. Para que las otras personas no tengan que «sufrir» tus taras mentales, es indispensable que acudas a terapia. Esa mentira se nos ha repetido hasta la saciedad y se ha transformado en una vocecilla en la cabeza de las locas que nos dice que nadie va a querernos porque les hacemos daño. Porque nuestro sufrimiento es demasiado. Siempre nos sentimos un estorbo en todos los ámbitos de nuestra vida, sin permitirnos dolernos en compañía porque no es adecuado. Sin apoyarnos en gente que nos conoce y que se supone que nos quiere para después ir a una persona con un título a escupir todo ese sufrimiento. Para que a continuación nos diga que nos comemos demasiado la cabeza o que meditemos. Para que nos diga que nuestros agresores están locos, igualándonos a quienes nos han destrozado nuestras vidas.

Nos apoyamos en las terapias cuerdistas porque no se nos permite apoyarnos en nuestras familias, amigues o parejas: no sirve de nada escupir todo con alguien que no va a poder solucionar nuestros problemas más allá de darnos consejos superficiales. No sirve de nada más que para sentirnos escuchadas por una vez. Y entendemos muy bien el sentimiento de que no tenemos a quién acudir, por eso hay que cambiar la idea de que los cuidados no son indispensables. Siempre deberíamos poder acudir a nuestra red más cercana, a nuestra familia, amigues y/o pareja. Que la idea de desahogarnos no sea vista como una molestia, si no como un privilegio: Estoy confiando todo lo que soy a ti.

No, no quiero tus pastillas.

Y cuando vamos a terapia, esperando una salida a sentirnos tan sumamente vacías o tóxicas, nos encontramos con que después de sus consejos clasistas, viene la parte de la medicación. Nos encontramos con que todo se soluciona en nuestra vida con la dosis adecuada de alienación. Y si no se soluciona, entonces se nos etiqueta como «resistentes al tratamiento» y se nos arroja a la nada. Nadie nos dice las consecuencias que tienen esos fármacos en nuestro cuerpo y en nuestra mente. Nadie nos dice que son adictivas, que nos generan dependencia, que nos están atando de por vida a ellas. Que no quieren que sanemos.

Se busca con estos fármacos convertirnos en máquinas automatizadas que producen sin errores ante una exposición prolongada a una sustancia que genera dependencia. Y que a muchas nos causan efectos secundarios que a nadie más que a nosotras mismas, importan. Efectos secundarios que varían con cada persona y que interseccionan de forma directa cuando además somos discas. Nuestras patologías a menudo pueden verse afectadas por estas medicaciones, y pocas veces se tiene en cuenta. Si no lo dices tú, nadie mira si puede ser contraproducente. Y muchas personas no saben qué se verá afectado o cómo pueden actuar esos fármacos. No somos médicos y no tenemos por qué serlo para que se nos tenga en cuenta y se vele por nuestra salud. La de verdad, no la que inventan para patologizar nuestro sufrimiento psíquico.

Atar de por vida a una medicación psiquiátrica a las personas que tenemos sufrimientos psíquicos, no es una solución. Sí, muchas de nosotras tomamos esas medicaciones, como herramienta para sobrevivir. El problema no es que lo hagamos, nosotras solo queremos que todo esto termine. El problema es el psistema que nos cronifica los sufrimientos al ser inefectivo a la hora de tratarlos adecuadamente. De nada nos sirve hacer Mindfulness mientras nos desahucian. Y los psicofármacos no nos pagan la factura de la luz o la compra.

Conclusiones

Solemos creer que las posturas abolicionistas parten de quienes viven con sufrimientos «leves», nos parece imposible entender el trato de la bipolaridad o la esquizofrenia sin las violencias psiquiátricas. Pero la realidad es que muchas de las locas que hablan sobre estos temas, no solo tenemos depresión o ansiedad. Muchas sabemos de sobra cuáles son las consecuencias de un episodio que se sale de lo habitual. Pero eso no hace que dejemos de ver las problemáticas que se encuentran dentro del psistema. No hace que dejemos de criticar que se nos medicalice de por vida por sistema y se nieguen las raíces socioeconómicas de nuestros sufrimientos.

No queremos seguir atadas, en todos los significados. Queremos destruir la sociedad por completo y construir un mundo en el que no tengamos que estar escribiendo que los cuidados son indispensables. Un mundo donde ninguna persona tenga que verse en las situaciones que nos han generado todos estos malestares que se cronifican. La abolición del psistema viene indudablemente de la mano con la abolición del capitalismo y todos los sistemas de opresión subyacentes. El activismo loco es interseccional y anticapitalista por definición, como cualquier lucha por los derechos humanos.

Bibliografía

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