Inutilidad Aprendida

Siempre que se habla de las tareas domésticas, se hace especial hincapié en la gran brecha de género que existe todavía a día de hoy. La mayoría de hombres no realizan las labores que corresponden a su hogar, cargando estas tareas a sus parejas femeninas en una alta proporción. Pero pocas veces hablamos de cómo se llega a esta desigualdad en los hogares.

Prácticamente cualquier persona entiende que si tu pareja no hace nada en casa, mejor no tener pareja (salvo casos de compas discas que no pueden realizar estas tareas). Esto choca de forma directa con las cifras de desigualdad doméstica. ¿Cómo es posible que, si no lo permitiríamos, las cifras indiquen que sí lo estamos permitiendo? Pero es que esto tiene una explicación sociológica que parte del machismo más rancio: La Inutilidad Aprendida. Acuñamos este término con la intención de dar un nombre a un fenómeno invisibilizado por parte de la sociedad pero del que todas las mujeres nos hemos dado cuenta. Porque todas vemos como no hacen cosas que saben hacer o que podrían buscar cómo hacer, simplemente porque no lo creen necesario. Porque ya estamos nosotras para suplir las fallas de sus supuestas ayudas. Mientras ellos presumen de ser esos hombres modernos que ayudan en casa y se responsabilizan de sus hijes. Mientras una parte de las mujeres de nuestro entorno nos dice lo afortunadas que somos. Mientras nosotras callamos el agotamiento físico y mental que acarrea esta inutilidad aprendida.

¿Qué significa?

Un estudio de Reino Unido ha demostrado que al menos el 30 % de los hombres admite hacer las tareas domésticas de forma ineficiente o incorrecta para que no se le pida volver a realizar dichas tareas. Además de esto, 4 de cada 10 de los varones admiten hacer la tarea a toda prisa para volver a lo que estaban haciendo antes. Un 34 % reconocen no tomarse el tiempo suficiente para hacer las cosas bien, y un 25 % dice que únicamente cumplen para complacer a su mujer. Estas cifras resultan grotescas en un mundo que se supone que ha avanzado en materia de igualdad de género y que cada día está más cerca de conseguir que las cosas vayan a mejor para nosotras. Lo que demuestran estas cifras es que, mientras nosotras empezamos a hartarnos de estos comportamientos, ellos cada vez se sienten más validados simplemente haciendo lo mínimo reconocible como «feminista».

“La mayoría de los hombres admitirían esquivar el bulto cuando se trata de limpieza, pero es preocupante ver a tantos hacer mal el trabajo a propósito. Hacer todo intencionadamente mal para que no te lo encomienden en el futuro es un juego arriesgado. Tu pareja podría darse cuenta de tus planes, y pedirte ayuda más a menudo, como castigo”.

Victoria Plumb, portavoz de la encuesta realizada en Reino Unido

Parece que un hombre solo tiene que hacer lo mínimo para ser apreciado y validado, mientras que nosotras tenemos que ser excepcionales en todos los ámbitos de nuestra vida para que se nos dé un mínimo de reconocimiento. El ejemplo más sencillo es en el que el hombre se encarga de la paella los domingos, el único día que cocina. Sin embargo, toda la familia lo felicita y le dice a ella lo afortunada que es de que su hombre ha cocinado. Quizá estaría bien preguntarse quién va a poner la mesa, recogerla, lavar los platos y limpiar la cocina del posible estropicio que ha dejado a su paso. Sin embargo, pocas son las veces en las que se reconoce las labores de cuidados y domésticas diarias que realizan madres, abuelas, tías y parejas sentimentales. Porque son la norma, no nos parece excepcional, si no algo que damos por sentado. Esa normalización de la carga de trabajo sobre la mujer, consolida un mensaje que se nos impone desde la cuna: Solo valemos si encajamos en la idea de «buena mujer». Esto también contribuye a que veamos como normal, natural e inofensivo que ellos eludan sus deberes en el ámbito doméstico, amparándonos en el pensamiento de «al menos hacen algo.» Pero todo este planteamiento para calmar nuestra mente, se invalida ante los datos de que hacen las cosas mal adrede para que no les carguemos con el trabajo que para ellos es nuestro.

Tenemos acceso a las mismas herramientas, ahora incluso hay muchísima más información. Si no sabes cómo limpiar la lavadora, basta con buscar un tutorial en youtube y lo tienes solucionado. Sin embargo, seguimos viendo como los hombres preguntan a sus compañeras por cómo se realizan labores básicas porque les resulta «más sencillo». ¿De verdad resulta más sencillo iniciar una discusión que googlear la pregunta para evitarte discusiones? Si preguntan no es porque sea más fácil, preguntan porque así dejan constancia de que no saben, por lo que serás más benevolente cuando lo haga mal. Es una forma de manipulación tan sumamente sutil que ni siquiera la vemos como tal. Probablemente ellos ni siquiera sean conscientes de que lo están haciendo, pero la realidad es que condicionan así nuestra respuesta ante su violencia. Porque ignorar tus responsabilidades domésticas y cargarnos a nosotras con las mismas, es una forma de violencia machista.

Consecuencias

Para la mayoría de los hombres el plan funcionó: uno de cada cuatro dice que nunca se les pide que «ayuden», y el 64 % dice que sólo se les «solicita ayuda» de manera ocasional. El 31 % también admitió que su mala limpieza ha causado discusiones en la pareja. Los resultados concluyeron que dos tercios de las mujeres no confían en sus compañeros para hacer la limpieza, y prefieren hacer las tareas por su cuenta y no tener que sumar el trabajo de supervisar al torpe de su compañero. El peso psicológico que supone ir detrás de nuestras parejas masculinas para comprobar que se hayan hecho las tareas, a menudo supone un hastío mucho mayor que el hacer las tareas nosotras mismas. Acabamos cediendo a un sistema que nos quiere atadas a las labores domésticas, porque la pelea contra dicho sistema incluso en nuestros hogares, a menudo es algo extenuante. Trabajar 8 horas por un sueldo miserable, llegar a casa y encontrarte todo hecho a medias para cumplir solo genera frustración y ansiedad. Esto por supuesto genera una dinámica dentro de la pareja que solo puede desgastar las energías de las mujeres que acabamos sometiéndonos a nuestros compañeros. Hasta que un día decidimos decir basta y romper con esas dinámicas.

Sin embargo, quienes deben revisar sus comportamientos, son los hombres que dicen «ayudar» en sus propios hogares. ¿Realmente estás ayudando? ¿O quizá lo que haces es calmar tu conciencia dejando las cosas a medias porque detrás viene otra persona que las hace por ti? Cargas a tu pareja con un peso psicológico del que ni siquiera eres consciente porque para ti solo es seguir órdenes y hacerlas a medias para no generar otro conflicto que no sabes gestionar. Pero de lo que no os dais cuenta es que nosotras tragamos muchísima frustración respecto a esta situación hasta que estallamos, y entonces somos unas exageradas. Nos enfadamos por una nimiedad que ha sido simplemente la gota que ha colmado el vaso, por detrás hay muchísimo más. Esto no es algo que se pueda solucionar simplemente con asumir el problema, hay que hacer un esfuerzo titánico por coger de verdad las riendas de las tareas domésticas y ser responsable de todo lo que tiene que ver con la familia en igualdad de condiciones.

Conclusiones

Necesitamos darnos cuenta de dónde vienen los comportamientos para poder cambiarlos, para poder centrar nuestros esfuerzos en cambiar las cosas que se deben cambiar. No podemos seguir centrando todo en los datos sin dar soluciones reales a esos datos. Responsabilizarse de lo que nos rodea, usar las herramientas que tenemos a nuestro alcance para no cargar a nadie con lo que nos corresponde y deconstruir todo lo que nos han enseñado.

Este comportamiento no se genera de forma espontánea, es un comportamiento aprendido de padres, tíos, hermanos mayores, etc. Las figuras de poder de nuestro entorno, reproducen este modelo arcaico y sus personas a cargo lo aprenden y asimilan como correcto. Para romper con ello tenemos que dejar de enseñar que está bien comportarse de esta manera, que los hombres no pueden ser padres ausentes y que eso sea deseable. La responsabilidad de romper con esto es de los que enseñan estos comportamientos y pillerías a las nuevas generaciones.

Bibliografía

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