Artículo escrito por Androide Zeigarnik, Bióloga especializada en Antropología.
Tras los primeros descubrimientos de Charles Darwin sobre diferentes características del reino animal, tales como el plumaje de las aves o la cornamenta de algunos mamíferos, se asentó un pensamiento que ha perdurado hasta nuestros días y que supone una falacia utilizada por parte del patriarcado para reafirmar los cánones de belleza: que existía selección sexual también en humanos y que esto afectaba al éxito reproductivo de los individuos. Esta corriente de pensamiento hegemónica ha sido validada y repetida a lo largo de los años, casi como un mantra, y ha establecido algunos prejuicios respecto a la selección sexual en humanos.
La existencia de la selección sexual en humanos es una falacia utilizada por el patriarcado para reafirmar los cánones de belleza. #machismo #patriarcado #mito
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Otras Teorías
Por otra parte, otros estudios han afirmado que, pese a sus limitaciones, la teoría de Darwin fue un concepto revolucionario en ese aspecto. Hasta ese momento, se había considerado que las mujeres de todas las especies animales eran un elemento pasivo sin capacidad de decisión en la reproducción. Se consideraba que todo el proceso y esfuerzo reproductivo recaía en los hombros del macho. Esta teoría tardó un tiempo en aceptarse y no fue hasta los años 70 que comenzó a estudiarse la implicación de las hembras de todas las especies en la elección de pareja. Esto demuestra, una vez más, la existencia de un sesgo machista en el estudio de las ciencias naturales que afectaba a algo tan básico como todo el estudio de la etología animal.
Los estudios posteriores, como el realizado por Robert Trivers sobre el cuidado parental (1972), cambiaron totalmente la perspectiva. Se consideró el factor de la inversión parental como algo determinante en el proceso de evolución, especialmente de los mamíferos. Se consideró que las hembras de muchas especies realizaban una inversión parental mayor (al estar implicadas en gestación y lactancia) y, por tanto, eran más selectivas. En otras palabras: las hembras eran las que escogían. Esta asimetría en la inversión parental se extrapoló desde el reino animal hasta una visión antropológica, provocando que se asentara, entre otras cosas, la creencia de la promiscuidad masculina y que las mujeres son las que “por cuestiones biológicas” deben invertir ese tiempo de crianza de forma exclusiva. Es decir, se utilizó la ciencia, una vez más, para justificar dos grandes mentiras del patriarcado. En primer lugar, es absurdo afirmar que la promiscuidad masculina obedece a una necesidad mayor de sexo, ya que en una sociedad como la nuestra, la satisfacción sexual está al alcance de cualquiera sin necesidad de ser infiel a tu pareja. La única explicación plausible y lógica de esta prevalencia de promiscuidad de los hombres es la construcción del Mito de la Virginidad y cómo nos afecta diferenciadamente a hombres y mujeres.
Y, por otro lado, al asentarse uno de los pilares más importantes de la división sexual del trabajo, se les dio una excusa a los hombres para justificar el abandono de la crianza bajo la premisa de que las mujeres cuidamos mejor “por naturaleza” y no porque todo nuestro aprendizaje social conduce a ello.
¿Este fenómeno sobre la selección sexual se podía seguir afirmando en la especie humana?
La respuesta es bastante obvia, no. La especie humana no tiene selección sexual, ya que es una especie fundamentalmente social y nuestra interacción social (variada y cuya jerarquía sexual depende de muchos factores sociales) es mucho más compleja de lo que podría resumir esta teoría. Es decir, basar nuestras interacciones sociales en la biología es demasiado simplista para la especie humana al completo.
La teoría de la inversión parental animal no tiene aplicación a la especie humana. La inversión parental se ha llevado a cabo por todos los sexos (no, no es correcto decir ambos sexos excluyendo la intersexualidad) y además es extendido hasta una edad mucho más avanzada. Prehistóricamente, en la mayoría de los casos, se cuidaba de manera comunitaria sin que nadie quedara excluido de las labores de la tribu. Quién podía salir a cazar, salía a cazar (sin diferenciación de género) y quién no, realizaba otras tareas igual de importantes. Así, parece lógico que todas las personas se encargaban del cuidado cuando no estaban realizando otras tareas. Esto está estrechamente relacionado con un campo que cada vez intersecciona más con aspectos de la antropología física que es la psicología evolutiva.

La configuración de esta inversión parental por parte de los machos y la duración de la misma se ha ido configurando en función de la sociedad en la que vivían. Es decir, hay evidencias de que no existía una división sexual de los cuidados en la prehistoria, sino que surge a partir de la creación de la propiedad privada como una forma de proteger el potencial reproductivo y los herederos del sistema económico. De esta forma, podemos entender que esa división nace como respuesta a un régimen económico opresivo que busca mantener la mano de obra barata controlada a través de la economía.
Otros sesgos
Por otra parte, tenemos un ejemplo de este sesgo en la afirmación de que ellas siempre han preferido hombres fuertes y con rasgos muy masculinos. Esta idea sostiene que el desarrollo de ciertos caracteres sexuales (secundarios mayormente) ha sido sujeto a selección sexual por parte de las mujeres. Los estudios más recientes sugieren que el dimorfismo sexual entre hombres y mujeres es consecuencia de adaptarse a sociedades multinivel y no a la relación con la prevalencia de ciertos rasgos como los asociados con mayor éxito reproductivo. Simplificando: El dimorfismo sexual que ha permanecido es por adaptación y no por reproducción. En cuestiones de evolución, no existe esa selección de la masculinidad ni de la feminidad.
Erróneamente, en algunas expresiones comunes prevalece la idea de que los caracteres sexuales secundarios se mantienen y son consecuencia de esta selección sexual. Por ejemplo: Las caderas más anchas de las mujeres son así porque son más atractivas.

Si bien es cierto que en primer lugar se habría pensado que, en la selección de pareja sexual por parte de los hombres, afectaba el tamaño de las caderas, esto está totalmente desmentido. No existe una relación entre la anchura de las caderas y la selección de pareja puesto que, como ya hemos afirmado, en los humanos, no existe selección sexual por parte de las mujeres con valor significativo.
Estudios posteriores han determinado que la relación real existente se establece entre el parto y el índice de supervivencia y no entre la selección sexual y el éxito reproductivo. Cuando la especie humana desarrolló bipedismo y aumentó el tamaño del cráneo, una de las consecuencias fundamentales fue las dificultades para el parto. Por ello, el aumento del tamaño de la cadera significó un mayor índice de supervivencia después de un parto y no un mayor atractivo sexual para los hombres.
Conclusiones
Aún queda mucho por abordar sobre este tema tan complejo. La psicología evolucionista parece estar cobrando fuerza y relacionarse más íntimamente con la biología, dando opción a estudios combinados alejados de las visiones sesgadas de un campo del pasado. Además, la ruptura de las estructuras sociales de visión eurocéntrica y visión machista de la ciencia están favoreciendo que se revise todo este contenido. Es necesario desmentir todas aquellas creencias arraigadas en la ciencia que suponen una excusa para mantener creencias anticuadas que resultan problemáticas para todos los grupos vulnerables. No solo para eliminar el machismo de nuestra sociedad, sino también otras formas de opresión justificadas con biología de forma sesgada y anticuada.
Debemos dejar de extrapolar conceptos científicos a ámbitos sociales con una perspectiva hegemónica y opresiva
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Una cosa está clara: debemos dejar de extrapolar conceptos científicos a ámbitos sociales con una perspectiva hegemónica y opresiva. Dejemos de construir el mal mito en la ciencia.
Bibliografía
- Darwin C. 1871The descent of man and selection in relation to sex. New York, NY: The Modern Library.
- Dávila, E. A. Inversión parental: una lectura desde la psicología evolucionista.
- Grabowski, M., & Roseman, C. C. (2015). Complex and changing patterns of natural selection explain the evolution of the human hip. Journal of human evolution, 85, 94-110.
- Mori, E., Mazza, G., & Lovari, S. (2017). Sexual dimorphism. Encyclopedia of Animal Cognition and Behavior (J. Vonk, and T. Shakelford, Eds). Springer International Publishing, Switzerland, 1-7.
- Vandermassen, Griet (2004). Sexual Selection: A Tale of Male Bias and Feminist Denial. The European Journal of Women’s Studies, 11(1), 9–26. doi:10.1177/1350506804039812