Infradiagnóstico Patriarcal

Este artículo será redactado en femenino al entender que estas problemáticas son causadas en gran medida por un prejuicio patriarcal que entiende estas realidades clínicas como de mujeres y, por lo tanto, les resta importancia. Pero en ningún momento son únicas de mujeres, ya que existen otras identidades que también pasan por estos procesos.

La salud de las mujeres siempre ha sido secundaria cuando se trata de derechos humanos, ya que necesitamos pensar con perspectiva de género para poder tener una sanidad realmente inclusiva que no nos deje morir o vivir con dolor durante toda nuestra vida. Sin embargo, a día de hoy, las mujeres seguimos atadas a la etiqueta de histéricas. No se nos presta atención cuando algo nos duele y tampoco se tiene en cuenta las imposiciones sociales que pueden llegar a retrasar un diagnóstico durante años o incluso décadas. La figura de la mujer que sufre como máxima meta para todas es una de las trabas impuestas socialmente para poder hablar de nosotras en términos médicos.

El #Infradiagnóstico es una de las #violenciasmedicas a erradicar en el #DiaMundialdelaSalud y por supuesto tiene sesgo de género.

Los diagnósticos no siempre son la solución a todos nuestros problemas, de hecho, a menudo solo añaden más, manifestándose en forma de violencias médicas e institucionales, pero en la sociedad capacitista y cuerdista actual son esenciales para el acceso a las herramientas que pongan en relieve nuestra existencia y nuestras necesidades como algo que la sociedad debe dar sin que nosotras tengamos que poner nuestro bienestar de por medio. Es muy complicado pelear contra la institución médica a la vez que necesitamos de sus violencias para que se nos garanticen derechos fundamentales. El rechazo a la misma se nos clava hasta lo más profundo de nuestro ser, pero no nos vamos a cansar de reclamar nuestras herramientas ni de pelear contra el sistema.

Infradiagnóstico en cifras

Cuando se habla de infradiagnóstico, debemos tener en cuenta que no hay cifras generales respecto a este tipo de violencia médica, sino que cada patología o realidad clínica tiene sus propias cifras. Curiosamente, las cuestiones relacionadas con las mujeres suelen tener los datos más negativos respecto a esta forma específica de violencia. Nosotras somos las locas, las quejicas, las que no saben de lo que hablan ni lo que sienten. Somos las que no saben cuándo algo es realmente peligroso y cuándo es «un dolor natural de la regla» o «nos lo estamos imaginando». Cuando se habla de patologías como la hipocondría, el ejemplo que siempre se viene a la mente de quienes deben tratarnos como iguales, es la típica señora mayor o de mediana edad que está sola y quiere «llamar la atención». Lo curioso es que quizá deberíamos prestar atención a quienes la llaman, porque basar nuestra sociedad en el individualismo y en no atender las necesidades (médicas o emocionales) de quienes nos rodean es en sí mismo una forma de violencia arraigada. Es una forma de capacitismo y cuerdismo que tenemos normalizada hasta la saciedad, ya que el capitalismo no nos quiere organizadas y unidas, nos quiere individualizadas porque es más sencillo explotarnos. Si siempre pensamos que nuestro dolor es menos importante que el dolor de quien tenemos al lado, nos cuesta un mundo verbalizar o exigir los cuidados básicos que necesitamos porque si siempre se nos dice que lo que necesitamos no importa, acabamos por creerlo y acabamos teniendo miedo de externalizar lo que nos duele o lo que nos molesta por miedo a ser una molestia.

Este mensaje nos cala tan hondo, que muchas veces acabamos por rendirnos en buscar el diagnóstico correcto. Acabamos aceptando que estamos locas o que estamos exagerando, acabamos por aceptar medicación que nos dicen que nos puede beneficiar aunque no nos haga absolutamente nada o incluso que nos ponga aún peor. Acabamos dejando nuestra vida y bienestar en manos de quien nos patologiza y nos trata como si nuestra realidad no fuera importante. Y, en muchos casos, eso supone que muchas mujeres acaben abocadas al olvido, atadas en psiquiátricos o medicadas hasta las cejas para que no sean una molestia al sistema. Pero las locas, exageradas y discapacitadas nos hemos cansado de jugar en tu tablero, preferimos prenderle fuego.

Endometriosis

Una mujer tarda de media 7 años en ser diagnosticada de endometriosis, aunque se puede extender hasta 9 años en muchísimas de las afectadas. Una patología que afecta, sin embargo, a entre el 10% y el 15% de las personas con útero en España, y que aún a día de hoy se enfrenta a un desconocimiento clínico abrumador para la mayoría de las enfermas. Para quien no conozca esta patología, consiste en la migración de células endometriales a otras partes del cuerpo fuera del endometrio, lo que implica que, cuando esa persona tiene la menstruación, esas células también duelen y sangran allí donde se establecen. Esto ocasiona síntomas que a menudo son infravalorados por considerarlos «normales» de una menstruación, cuando lo ideal y natural es que ninguna regla duela de manera incapacitante.

El infradiagnóstico de esta realidad es un riesgo en la vida y en el bienestar de estas mujeres, que ven aumentados los riesgos de complicaciones en las intervenciones o incluso aumenta el número de intervenciones para conseguir los mejores resultados. También es un riesgo en la fertilidad de estas mujeres, ya que cuanto más tarde en diagnosticarse, más avanzada estará la enfermedad y más complicado será poder aliviar las consecuencias de la misma sin extirpar el útero al completo. Nos encontramos con que muchas veces se nos infantiliza en las salas de ginecología al pedir que se nos someta a una esterilización definitiva porque no queremos tener descendencia, al mismo tiempo que se ignoran patologías que producen esterilidad en muchas de nosotras simplemente por misoginia.

Para acabar con esta lacra, necesitamos personal formado en este tipo de patologías, pero también personal que no se detenga en sus prejuicios machistas y medios que faciliten el acceso a las pruebas pertinentes para llegar al diagnóstico del máximo número de mujeres posible.

Autismo

La historia respecto el autismo no es mucho mejor que la endometriosis, las mujeres autistas llevan décadas escondidas a simple vista de todos los baremos oficiales. Llevan décadas buscando un diagnóstico que no las patologice y al mismo tiempo les permita acceder a las mismas herramientas que sus compañeros masculinos, una sociedad un poquito más amable e igualitaria para con su funcionamiento divergente. Se calcula que el 50% de las personas autistas se diagnostican después de los cinco años, pero en el caso de las mujeres esta edad es mucho mayor, pues son sociables. Además, las niñas autistas son diagnosticadas 4 veces menos que los niños, ya que no son consideradas como algo atípico, sino como la niña educada deseable. Lo que en los niños es algo reseñable y preocupante, en nosotras resulta deseable, ya que a nosotras nos quieren calladas y sumisas.

Para muchas mujeres autistas conseguir el diagnóstico resulta completamente imposible porque su divergencia se ha ignorado durante tanto tiempo que han aprendido a adaptarse (con mucho sufrimiento de por medio) y esto ha conllevado que no se las permita siquiera acceder a las pruebas que confirmarían lo que ellas ya saben: que son autistas.

En estos términos, se hace indispensable un autodiagnóstico que nos permita apoyarnos en la comunidad y poder aprender a vivir dentro de una sociedad que nos discrimina por nuestro funcionamiento divergente, una sociedad que nos aísla de múltiples formas y nos separa de nuestra propia comunidad a través de la creación de jerarquías diagnósticas de lo que es «autismo de verdad» y lo que no.

Otras Enfermedades Feminizadas

En los últimos tiempos hemos visto proliferar múltiples formas de enfermedad o patologizaciones de la realidad de muchas de nosotras, sin embargo precisamente por una cuestión de género, estas patologías son menospreciadas y tratadas como padecimientos de segunda categoría. Hablamos de cuestiones tales como fibromialgia, fatiga crónica, osteoporosis, anemiasdepresión; todas estas patologías tienen cosas en común, todas son menospreciadas por ser sufrimientos más comunes en las mujeres derivados precisamente (en gran medida) de las vivencias sociales que nos atraviesan. La vida de las mujeres es tan ignorada por la mayoría de facultativos, que acabamos por creer nosotras mismas que nuestro dolor y nuestro sufrimiento están solamente en nuestra imaginación y que no son reales. Por muchas evidencias que veamos en nuestro día a día, seguimos pensando que, quienes nos tratan 10 minutos en una consulta, saben mucho más de lo que es real y lo que no. Y, lamentablemente, esto no es cierto, un médico no es todopoderoso, se puede equivocar y, de hecho, se equivoca. El problema no es que se equivoquen, es que su equivocación no suele sentar un precedente que garantice a otras mujeres no pasar por esa misma situación, sino que muchas veces se justifica esa equivocación y se sigue creyendo que nosotras somos exageradas e histéricas por exigir que se tenga en cuenta en el futuro.

Durante décadas se ha pensado que la fibromialgia no era real, que era resultado de una somatización de padecimientos psíquicos y que, de nuevo, nosotras nos estábamos causando ese dolor indescriptible. Y claro que hay una relación innegable entre la fibromialgia y los padecimientos psíquicos, como la hay también entre la discapacidad y los padecimientos psíquicos. La violencia a la que son sometidas nuestras vidas por el simple hecho de ser consideradas como máquinas rotas, es uno de los motivos más obvios para vivir con esos padecimientos. Porque nadie podría soportar vivir en nuestra piel y aguantar violencias de todos lados, sin desarrollar esos mismos padecimientos. Porque sí, es cierto, no existe evidencia de qué es primero, si la depresión (o cualquier otro padecimiento relacionado) o la fibromialgia, pero parece como mínimo justo pensar que quizá el capacitismo y cuerdismo tienen muchísimo que ver.

La vida de las mujeres es tan ignorada por la mayoría de facultativos, que acabamos por creer nosotras mismas que nuestro dolor y nuestro sufrimiento están solamente en nuestra imaginación y que no son reales.

Y no queremos decir que estar locas no sea real, no nos malinterpretéis. Muchas lo estamos, y precisamente por eso entendemos que ninguna compañera quiera vivir la violencia psiquiátrica por ser discapacitada o vivir con cualquier otra enfermedad con un tratamiento que mejore sus vidas. Estar orgullosas de estar locas no implica que ignoremos todo lo que hemos vivido por serlo, por eso no se lo deseamos a ninguna compañera. Porque precisamente la depresión es otra de estas cuestiones tan feminizadas que tanta violencia nos causan. Porque las locas somos tratadas de formas impensables para la mayoría de la población, porque aún está bien vista la contención mecánica o química de las personas psiquiatrizadas. Porque aún a día de hoy se considera justo que una persona nos rechace socialmente por no ser capaces de adaptarnos a lo que consideran correcto como ser humano. Porque estamos hartas de que se receten como caramelos antidepresivos, ansiolíticos y otras formas de ataduras químicas, que no ahogan este dolor que nos nace de dentro. Porque, como bien dice la activista @nnistopia, «no nos falta serotonina, nos sobra capitalismo.» De hecho, ella misma amplia esta frase de una forma magistral que lo resume perfectamente todo:

Lamentablemente esta es nuestra realidad, estamos tan consumidas por el capitalismo, tan hastiadas y agotadas, que muchas veces nos resulta abrumador luchar contra ese discurso individualista que nos han vendido y que demoniza tanto los cuidados mutuos. Pero es que cuidar nunca fue un capricho moral, siempre fue una necesidad básica de cualquier ser humano. Y aquí es indispensable replantearnos hasta dónde llega la creencia de que cuidamos por compromiso y no como resultado del amor que nos tenemos, para que se ignoren de forma sistemática aquellas dolencias que nacen precisamente de este hastío social que tenemos las locas.

Conclusiones

El infradiagnóstico es una herramienta de opresión en sí misma, pues da lugar a una vulnerabilidad que empuja a las discas, locas y enfermas a servir al capitalismo en las condiciones más explotadoras para poder pagar sus medicinas y derechos fundamentales. Nos empuja a aceptar condiciones infrahumanas si con eso podemos alcanzar la falsa idea de que estamos bien. Si podemos servir siquiera para ese discurso alienante del porno de automotivación será que «no estamos tan mal», cuando nuestras patologías siguen empeorando y nos sigue doliendo absolutamente todo. El infradiagnóstico es una forma de violencia sistemática que debemos luchar por eliminar, una violencia que nos afecta de forma directa a todos los colectivos vulnerables: el infradiagnóstico también está motivado por racismo, LGTBIAfobia (muchas veces asociada a serofobia), cuestiones de clase, xenofobia y capacitismo y cuerdismo, por supuesto.

Cuando se trata de enfermedades o realidades clínicas que no son típicas o que están asociadas a colectivos oprimidos, nos encontramos con que se menosprecian o minusvaloran, o incluso se convierten en un estigma asociado a la misma. Como ejemplo más notorio es el del VIH o el SIDA, que, a pesar de no ser único de la comunidad LGTBIA, ha sido asociado de manera opresiva con este colectivo, generando una eugenesia silenciosa del mismo.

No queremos que se repitan los mismos errores del pasado con ninguna otra persona, no queremos un exterminio silencioso de discas y locas solo porque sigamos pensando que los médicos nunca se equivocan y son poco menos que dioses en bata. No queremos seguir sufriendo en nuestras carnes vuestras violencias, ni que os sigáis lucrando de nuestro sufrimiento.

Bibliografía

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