El Mérito de la Disidencia

Cuando se trata del ámbito laboral, siempre se suele utilizar el discurso neoliberal de la Meritocracia, es decir, la falsa idea de que quien tiene éxito es por mérito propio. Esta falacia ha sido ampliamente debatida en espacios anticapitalistas y sabemos (por los propios datos de riqueza) que no es una Meritocracia real. Sin embargo, cuando se trata de Discapacidad o neurodivergencia nos encontramos otro dilema: ¿Dónde entra esta Meritocracia cuando tus capacidades no encajan ni siquiera en el modelo de producción capitalista?

La idea de la meritocracia ya es por definición excluyente, ya que no piensa en las realidades que se salen de la normatividad capitalista. Es decir, mantiene una premisa falsa en valor a una muestra de la sociedad sin tener en cuenta en absoluto las realidades materiales de la misma. Esto es dañino para toda persona que no sea considerada como válida por su género, raza, orientación sexual, etc., pero es que cuando hablamos de discapacidad nunca se nos tiene en cuenta, ni siquiera para tener un discurso realmente anticapitalista, porque sin nosotras no existe la revolución.

La idea de la #meritocracia ya es por definición excluyente, ya que no piensa en las realidades que se salen de la normatividad capitalista.

La Meritocracia

El término de Meritocracia hace referencia a la falacia liberal creada para hacer creer a la clase obrera que su pobreza es únicamente responsabilidad suya, ya que no se esfuerzan lo suficiente en conseguir todo aquello que se proponen. Según este término, las jerarquías y los roles de poder son conquistados por el mérito, y hay un predominio de valores asociados a la valoración de la capacidad individual frente a los demás y por tanto del espíritu competitivo, lo que genera un esfuerzo desmedido de seguir escalando en lo que se considera la pirámide laboral por «mérito propio». Sin embargo, el problema es el sistema depredador que no permite a la clase obrera crecer ni vivir en condiciones dignas porque se beneficia de forma directa de esa pobreza: si no tienes a dónde ir, trabajarás lo que sea necesario. Más aún si crees que esforzándote en ese trabajo podrás optar a mejoras en tus condiciones vitales, es una pescadilla que se muerde la cola.

Esta idea, alimentada desde la industria cinematográfica con cientos de películas que enaltecen la figura del hombre (qué curioso, siempre suelen ser hombres, blancos y cishetero) que se hace a sí mismo y acaba ganando millones gracias a su esfuerzo. Nunca sabemos de dónde salen los primeros cientos de miles de dólares que llama esfuerzo para poder hacer todas las cosas que necesita siquiera para empezar dentro de cualquier industria. Lo que llama esfuerzo siempre se traduce en herencias varias o en padres que te pagan todos tus intentos dentro de esa meritocracia.

Esta falacia siempre ha sido un gran engaño, a pesar de que las generaciones anteriores se esfuercen en decirnos lo mucho que había que esforzarse en sus tiempos y que ahora nos dan todo hecho. La realidad es que en sus tiempos simplemente la explotación era más visible y, gracias a quienes lucharon, hoy al menos tenemos más derechos laborales. Nosotras luchamos para abolir el trabajo asalariado directamente, mientras necesitamos garantías que puedan proteger a la clase trabajadora de un sistema caníbal que todo lo que quiere es generar riqueza para unos pocos a costa de la gran mayoría de la población.

El Esfuerzo

En un mundo donde la vida siempre ha tenido un precio, el esfuerzo nunca será suficiente. Mientras para la gran mayoría el esfuerzo se trata de superar unos estándares creados a imagen y semejanza de su opresor, para las discas no solo se trata de superar estos estándares, sino de pelearnos contra todas y cada una de las barreras que nos pone el hecho de habernos salido del modelo de existencia capitalista. Todas conocemos el ejemplo de que no se le puede pedir a un pez que monte en bicicleta, pero cuando se trata de adaptar la sociedad a las personas discapacitadas, se nos olvida con muchísima facilidad esta metáfora y nos convertimos de repente en unas desagradecidas que exigen más de lo que necesitan para obtener ventajas injustas. Pero, de nuevo, esto no es cierto: si no puedes caminar, necesitas una rampa para subir con tu silla, necesitas una mesa en la que entre dicha silla y un apoyo logístico para no tener dificultades de accesibilidad que puedan dañar tu «esfuerzo». Y todo esto no depende de nosotras, no es algo que podamos crear de la nada, por mucho que sonriamos a las escaleras no se transforman en un ascensor. Este ejemplo solo es uno muy obvio, ya que gracias al activismo de tantas compañeras, la movilidad reducida cada día se tiene más en cuenta. Pero no es la única circunstancia en la que esto se da, no podemos hablar de igualdad de oportunidades cuando las oportunidades dependen de que puedas hacerlo todo sin ayuda y de la cantidad de ayuda que vas a exigir en un mundo cruel que considera la necesidad de ayuda una debilidad.

No, no eres inútil porque no adapten tus actividades estudiantiles, laborales o de ocio a tus necesidades, ya sean letra más grande, braille, subtítulos, lengua de signos, una silla ergonómica, un horario de baño más flexible o una cantidad de luz o ruido determinado (entre todas las millones de adaptaciones que existen). Y, por supuesto, no podemos olvidarnos de las necesidades de las locas o la comunidad neurodivergente, en una sociedad donde las locas son encerradas sin opción a adaptaciones y las personas neurodivergentes son medicadas hasta las cejas y normalizadas para adecuarlas a la mentalidad capitalista no podemos hablar de igualdad de oportunidades. Una sociedad donde se discute la necesidad de los avisos de contenido que evitan cientos de ataques de diversa índole a compañeras de todo tipo, donde los cuidados mutuos son un privilegio (en parte por falta de tiempo, pero también por puro cuerdismo), donde la vida está construida para acomodarla al capital y no a las personas, donde los cuidados quedan relegados al coste de la fuerza de trabajo, donde el amor y el respeto se diluyen para dar paso al odio y a los roles de poder con tal de sentirse un poco mejores que otros grupos oprimidos, etc. No podemos pretender hablar de justicia o de igualdad, cuando ni siquiera hemos pensado en que la igualdad de oportunidades no es tener las mismas oportunidades: es acceder a esas oportunidades en igualdad de condiciones con tus compañeras obreras y pelear por derrocar un poder que nos relega juntas, pero nunca pisando a las demás ni dejándonos en un segundo plano. Necesitamos un espacio político accesible que nos permita luchar por nuestros intereses y necesidades también.

La realidad

Mientras sigamos priorizando unas ideas y unas formas que nos ha enseñado el opresor que son las correctas para seguir peleando, sin tener en cuenta las necesidades de todas y las diferentes formas de existencia y de lucha que tenemos todas, vamos a seguir encontrándonos con fallos discursivos que se dejan en el tintero perspectivas que arrojan mucha luz sobre lo que está mal: la sociedad desde sus cimientos. La forma en la que entendemos desde la base cómo debemos ser y expresarnos en un mundo que no quiere que esto llegue a las más vulneradas, un mundo que nos relega en prisiones de todo tipo, un mundo que convierte nuestros cuerpos y nuestros hogares en prisiones, un mundo que disfraza de ayuda la violencia cometida contra nosotras, un mundo que nos ata, nos medica y nos encierra con tal de mantenernos lo suficientemente dóciles para poder seguir sacando rédito económico y social de nuestras existencias. Estamos hartas de luchar desde las barreras, de no tener espacios seguros en los que gritar, signar o escribir con furia todo lo que es necesario deconstruir dentro del propio activismo. Espacios en los que sentirnos seguras de ser débiles, de llorar, de sufrir y de desmoronarnos por momentos con tal de expresar todo lo que tenemos dentro que nos duele. No podemos hablar de igualdad de oportunidades cuando no hemos tenido nunca ninguna oportunidad de ser, vivir y no sobrevivir. Porque nuestra lucha también es contra el modelo hegemónico de lucha que nos quiere fuera porque le escuecen nuestros discursos y le cuesta hacernos la vida un poco más fácil a través de una mínima accesibilidad que se nos niega desde el primer momento que intentamos crecer.

Necesitamos dejar de pensar que el único activismo válido es el que se adapta a las necesidades del capitalismo, porque todo el activismo es necesario. Todo el activismo supone un peldaño más contra la opresión de todas, siempre que sea accesible. Si se quieren crear entornos seguros, es necesario crear un espacio para debatir sobre las necesidades de todas, sobre todo de las discas y las locas. Necesitamos partir de una base más que obvia de equidad real donde los cuidados se pongan en el centro y el discurso llegue de igual manera a todas, porque si no, tu activismo es el que es inútil. Un activismo que se queda en las élites obreras es un activismo servil a las masas y superficial en todos los sentidos. Porque para poder crear una revolución, primero hay que destruir absolutamente todas las ideas preconcebidas que el capitalismo ha instalado en nuestros códigos de conducta. Necesitamos crear de cero una sociedad que nos tenga en cuenta a todas, porque si no, seguiremos basando la revolución en la idea capitalista de la misma.

Conclusiones

La meritocracia y el esfuerzo no son más que un invento capitalista y, como tal, se basan en premisas cuerdistas y capacitistas que llevan a unos datos de pobreza en nuestro colectivo que demuestran que el capitalismo no funciona. La idea de que el esfuerzo y el trabajo duro compensan no es cierta, por mucho que te lo hayan vendido como tal en las películas, esas películas están diseñadas precisamente para alimentar esos prejuicios que te llevan a los límites más dañinos con tal de seguir enriqueciendo a un tercero que nunca vas a ser tú.

Asimismo, la rebeldía en sí misma no puede obedecer las ideas capitalistas de productividad y de lo que es correcto o no en nuestra sociedad. La rebeldía debe basarse en los cuidados mutuos y en romper con las barreras que tenemos para vivir con dignidad en un sociedad que solo quiere individualizarnos para que no luchemos juntas contra la misma. Necesitamos partir de una identidad colectiva, de una sociedad nueva, de unos principios nuevos que nos pongan a todas las vulneradas en el centro y luche no solo por destruir el sistema, sino por construir el nuestro propio desde una óptica completamente distinta: feminista, comunista, queer, disca, loca y descolonizadora.

Porque la unión hace la fuerza, pero de fuerza bruta no solo se rompen las cadenas.

Bibliografía

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