Trabajo y sexualidad

«Trabajo sexual» es un término acuñado por Carol Leigh (n. 1951) y popularizado sobre todo a través de la publicación del libro Sex work: writings by women in the sex industry en 1987. Con este término, como dice Frédérique Delacoste ─una de las editoras─ en la introducción, el libro «pretendía crear un espacio en el que “la prostitución” no fuera entendida de forma automática como una metáfora de la auto-explotación»; para Carol Leigh, se trataba de «crear una atmósfera de tolerancia, dentro y fuera del movimiento de las mujeres, para las mujeres que trabajan en la industria sexual» (en Nagle, 1997):

«El término “trabajadora sexual”, acuñado en el contexto del movimiento feminista, en el cruce de perspectivas opuestas sobre la prostitución, es una contribución feminista al lenguaje. […] El uso del término “trabajo sexual” marca el comienzo de un movimiento. Permite reconocer el trabajo que hacemos en vez de definirnos por nuestro estatus. Después de muchos años de activismo como prostituta, luchando contra el estigma y el ostracismo del interior del feminismo hegemónico, recuerdo el término “trabajo sexual”, y el poder que sentimos al tener, al menos, una palabra para este trabajo que no sea un eufemismo».

Carol Leigh, “Inventing Sex Work”, en Whores and other feminists (1997).

Así, la expresión se popularizó básicamente para hacer referencia a un conjunto no limitado de actividades donde el sexo o la sexualidad son medios para ganar dinero (se emplean como “bienes comerciales”, como se dice a veces). El estigma contra las trabajadoras sexuales es también un reto importante, ya que en primer lugar expresa fundamentalmente los prejuicios que acaban siendo parte de políticas que empeoran las condiciones y posibilidades de todas las mujeres en esta situación, cuando no se vierten simplemente en una ideología putófoba; y, en segundo lugar, las deshumaniza de varias formas, proyectando una figura infantilizada, que no puede hablar por sí misma y sólo se le permite cobrar el estatus de víctima.

La obsesión con el concepto, el olvido de la realidad

El año pasado, un compañero del blog Desterrados por la santa ortodoxia publicó un artículo acerca del concepto del «trabajo sexual» desde una perspectiva marxista (“¿Es trabajo la prostitución?”, 12 de septiembre de 2019). El texto en cuestión afirmaba que la prostitución no puede considerarse un «trabajo» como tal porque «no hay mediación» entre la actividad y el cuerpo orgánico. Al margen de otras posibles formas de plantearlo, esta idea es llamativa por varias cosas. En primer lugar, la insistencia en discutir la legitimidad del concepto (en el caso, bajo una definición marxista del trabajo) exige por otro lado olvidar los problemas que enfrentan las trabajadoras sexuales. En segundo lugar, incluso desde un interés estrictamente teórico, parece no resultar importante el contenido real del trabajo sexual como actividad.

Las inagotables discusiones en torno a los usos del concepto de «trabajo sexual» ocultan prácticamente siempre un interés en invalidar las realidades y voces de las trabajadoras sexuales. #Abolicionismo #TrabajoSexual

Aunque sabemos que les compañeres de Desterrados no simpatizan con las doctrinas prohibicionistas ─reconocen las contradicciones inherentes a las luchas por los derechos en condiciones capitalistas y, como nosotras, no aceptan las soluciones mesiánicas del Estado─, en su planteamiento permanece la discusión en torno al cuerpo y el sexo como prioritaria. «En lugar de centrarse en el “trabajo” del trabajo sexual», dicen Juno Mac y Molly Smith, «tanto las feministas pro-sexo como anti-prostitución se muestran preocupadas por el sexo como símbolo» (2018, p. 11). Irónica como es la situación, las inagotables discusiones en torno a los usos del concepto de «trabajo sexual» ocultan prácticamente siempre un interés en invalidar las realidades y voces de las trabajadoras sexuales.

Como concepto, el «trabajo sexual» es útil por varias razones.

  • Como dice Carol Leigh, no es un eufemismo: no deshumaniza a las trabajadoras sexuales sino que pone en valor sus realidades, voces y perspectivas.
  • Engloba distintas formas de actividad relacionadas con la sexualidad: prostitución y bailes eróticos, webcams, pornografía, venta de fotos y vídeos amateur, etc.
  • Por eso mismo, desplaza los mitos asociados popularmente a la prostitución y los prejuicios relacionados a las trabajadoras sexuales en general, ya que desafía los imaginarios estigmatizantes.
  • Así, permite entender mejor el trabajo sexual como institución y como fenómeno, situando la prioridad en las condiciones que lo construyen y sostienen, permitiendo un enfoque amplio y abierto a la complejidad interna que lo caracteriza.

El concepto de «trabajo sexual» no deshumaniza a las trabajadoras, engloba distintas actividades, desafía los mitos asociados a la prostitución y permite entender el trabajo sexual como institución. #Abolicionismo #TrabajoSexual

Por otro lado, las supuestas implicaciones por las que se suele criticar el concepto no se siguen sin más, en realidad. Nada en este uso exige vaciar el concepto de «consentimiento», sino más bien complejizarlo, e incluso problematizar las perspectivas más simplistas. Nada en la aceptación de que «el trabajo sexual es trabajo» implica que tenga que ser «digno», siquiera aceptable; al contrario, permite dar sentido al contexto en el cual se negocia el «servicio» y recuerda que todo trabajo, en condiciones de clase, es un trabajo apropiado por un otro con la capacidad de apropiarse de él; permite comprender que, bajo condiciones sociales adecuadas, la sexualidad no es apropiable en este sentido. Al contrario, la idea de que el trabajo supone la dignificación de la trabajadora es una perspectiva pro-trabajo, pro-capitalista y, si hace falta decirlo, anti-marxista.

«Los intereses de las trabajadoras no son idénticos a los del cliente. En última instancia, la trabajadora está ahí porque le interesa que le paguen, y ese imperativo económico es materialmente distinto del interés del cliente en tener sexo recreativo. Perder esto de vista lleva a políticas inadecuadas en su enfoque sobre las necesidades materiales de las trabajadoras en su lugar de trabajo».

Juno Mac y Molly Smith, Revolting Prostitutes (2018), p. 33.

Conclusiones

La institución del trabajo sexual no sólo no puede separarse de la clase social, el género y la migración, sino tampoco de las construcciones de la masculinidad y el imaginario patriarcal. Los problemas y las necesidades de las trabajadoras sexuales son una realidad indiscutible. Es necesario dejar de privilegiar las dicusiones en torno a la dignidad del sexo de las mujeres y la «pérdida» que supone el trabajo sexual para una misma; tenemos que dejar de pensar con las vísceras, precisamente porque otras no tienen la oportunidad de hacerlo. Ante una realidad tan sensible y difícil de abordar, hay que estar a la altura y no caer en simplismos. La discusión en torno al concepto de «trabajo sexual» es tan inútil como innecesaria. Aisha, una trabajadora sexual de Thika (Kenya), decía: «[queremos] que la gente [sepa] que nos hacemos llamar trabajadoras sexuales porque de ello sacamos el pan del que dependen nuestras familias» (citada en Mac y Smith, p. 21; trad. libre).

Abolir las instituciones sociales implica un trabajo de fondo. La misoginia no tiene cabida en la solidaridad de clase. #Abolicionismo #TrabajoSexual

Pensar desde la radicalidad exige primero un interés por conocer la situación concreta y apoyar a las personas involucradas en lo posible. Abolir las instituciones sociales implica un trabajo de fondo desde distintos frentes, diametralmente opuesto al prohibicionismo y a las doctrinas higienistas. La misoginia no puede tener cabida en la solidaridad de clase.

Bibliografía

Jill Nagle (ed.), Whores and other feminists, New York, Routledge (1997). Online en OpenLibrary.

Frédérique Dellacoste y Priscilla Alexander (ed.), Sex work: writings by women in the sex industry, Cleis Press, San Francisco(2a ed., 1998). Online en archive.org.

Melissa Hope Ditmore (ed.), Encyclopedia of Prostitution and Sex Work (volumes 1&2), Greenword Press (2006).

Mamen Briz y Cristina Garaizabal (coord.), La prostitución a debate. Por los derechos de las prostitutas, Madrid, Talasa, (2007). Especialmente el capítulo “El estigma de la prostitución”.

Laura Agustín, “Trabajo sexual y derecho al trabajo”, online en su blog The Naked Anthropologist (14 de enero de 2009).

Juno Mac y Molly Smith, Revolting Prostitutes. The Fight for Sex Workers’ Rights, Verso (2018). Traducido como Putas insolentes. La lucha por los derechos de las trabajadoras sexuales por Ana Useros Martín (Traficantes de Sueños, 2020).

Sasha (copyNinja), “Haciendo eco a las voces de trabajadoras sexuales”, online en medium.com (19 de enero de 2019).

Paula Sánchez Perera, “Sobre la libertad de ejercicio en la prostitución: tres argumentos y una estrategia abolicionistas a debate”, en Encrucijadas: Revista Crítica de Ciencias Sociales, n. 17 (2019).

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