Historia alternativa: el Hembrismo

Es común oír la palabra Hembrismo, sobre todo en la caverna misógina, para pretender igualar actitudes misándricas, o incluso la simple petición de derechos humanos, con un sistema de opresión que lleva siglos relegando a las mujeres a una posición secundaria en la sociedad. Es por eso que es necesario desglosar la realidad de lo que sería verdaderamente una sociedad hembrista, una sociedad en la que los hombres fueran los oprimidos por su género y no nosotras.

Para ello, intentaremos hablar de hitos históricos conseguidos hasta ahora por el feminismo con sus homólogos masculinos y así poder entender que mientras nuestros derechos tenemos que pelearlos, ellos siempre han tenido acceso a las cuestiones más básicas. Demostraremos que aún hoy vivimos en un patriarcado, lejos de lo que se acostumbra a decir para intentar desacreditar al feminismo.

Es común que los misóginos tachen de #Hembrismo cualquier avance en derechos humanos de las mujeres, por ello, os dejamos este artículo sobre una historia alternativa de hembrismo.

El voto

Obviamente lo primero que se nos viene a la cabeza en cuanto a derechos que el feminismo ha conseguido, es el derecho a voto universal. Hasta hace menos de cien años las mujeres no podíamos votar. En España se votó de forma universal por primera vez durante la segunda República, en 1933, gracias a la ley de sufragio universal de 1931. Sin embargo, tras el golpe fascista que nos sumió en la dictadura, este derecho se eliminó por razones obvias (en las dictaduras no se vota) y no fue hasta 1977 que las mujeres vuelven a votar en nuestro país. Ya veis, hace realmente muy poco. Muchas de nuestras abuelas participaron en estas primeras votaciones.

Imagen de un mapamundi en el que se recogen los años en los que las mujeres han conseguido el derecho a voto por países.

Sin embargo, el hombre siempre pudo votar e incluso ha ostentado el poder en la mayoría de organismos totalitarios. Depende de la sociedad en la que nos situemos, se dividiría entre hombres libres (que podían votar) y esclavos (que no) pero sigue habiendo una representación masculina siempre en situaciones de poder. Así es que los hombres negros consiguen el derecho a voto muchísimo antes que sus compañeras femeninas en Estados Unidos, en 1865, aunque no es hasta cien años después que se protege este derecho con la Ley de Derecho a Voto para garantizar que no se ponen trabas a ningún ser humano para poder votar por razones de raza. Sin embargo las mujeres han tenido que esperar a 1920 para que se les reconociera una primera ley de derecho a voto femenino en este país.

Si viviéramos en una sociedad hembrista, lo primero sería eliminar o limitar el derecho a voto a los hombres, ya que este derecho no beneficia a los sistemas de opresión. Las leyes se orientarían a ir socavando este derecho de forma disimulada con argumentos falaces como que los hombres no deben votar porque son demasiado agresivos y eso hace que haya más guerras (argumento primo de aquel que utilizaban para negarnos el voto a nosotras alegando que somos demasiado ignorantes o pasionales y que no íbamos a votar adecuadamente). Este tipo de argumentos se enseñarían en las escuelas como ciertos y las generaciones futuras los volverían a reproducir, creando cada vez leyes más restrictivas hasta eliminar por completo el derecho a voto de los hombres «por su bien». Esto sería una sociedad realmente hembrista, aquella que os impediría votar por el simple hecho de ser hombres.

Derechos Jurídicos

Muchas de nuestras abuelas no podían tener una cuenta bancaria o sacar dinero sin la autorización de sus padres, hermanos o maridos. Esto se hacía como forma de control masculino que garantizaba que las mujeres no pudieran escapar de situaciones de violencia, ya que no tenían acceso a su dinero ni a su autonomía. En este mismo sentido podemos hablar de la educación segregada, o la prohibición de algunos países de que las mujeres puedan ir a la escuela. Estudiar proporciona conocimientos que sirven para desempeñar ciertos empleos que dan un mínimo de emancipación a las mujeres, ya que tenemos dinero supuestamente propio. Una persona oprimida que no tiene acceso al conocimiento siempre será más manejable y manipulable que el resto de la sociedad, de ahí también podemos entender las últimas legislaciones en torno a la educación de nuestro país.

Otro derecho jurídico por el que nuestras abuelas tuvieron que pelear, fue el derecho al divorcio. Como bien hemos explicado en otras ocasiones, la institución de la familia nuclear y monógama es una forma de opresión dirigida a mantener el sistema de producción capitalista, por lo que la mejor forma de mantenerlo era impedir que se pudiera «destruir» a través del divorcio. Apoyado también de la idea generalizada de la virginidad, que atribuía a las mujeres no vírgenes un estatus indeseable para volver a tener una pareja o ser bien vista socialmente. Este estigma aún perdura en algunas personas mayores a día de hoy. Siempre dirigido hacia las mujeres, los hombres siempre han podido abandonar a sus familias sin grandes penalizaciones sociales.

De nuevo, la consecución de derechos sociales en esta materia por parte del feminismo no ha sido buscando dar la vuelta a la situación, sino llegar a tener acceso a los mismos conocimientos y derechos que los hombres que nos rodeaban y controlaban nuestras vidas. Si viviéramos en una sociedad hembrista, se relegaría a los hombres a los hogares, o a granjas de esperma (como las granjas de trata reproductiva que hay en algunos países) para utilizarlos como ganado para seguir creando mano de obra sumisa que mantuviera este sistema. Los hombres serían premiados por ser buenos maridos y por cuidar adecuadamente a sus familias y se fomentaría estos comportamientos desde la cuna, con regalos dirigidos a estos pensamientos o cuentos en los que las mujeres salvan a los pobres hombres indefensos. La idea de la paternidad sería la única posibilidad para los hombres, y se les presionaría constantemente para que fueran padres lo antes posible porque «se les va a pasar el arroz». No tendrían derechos sobre su propia economía y poco a poco se iría segregando a los hombres en la educación porque «no son tan inteligentes como las mujeres» hasta que finalmente se les impediría asistir a la escuela. Otra opción sería desvalorizar todo lo relacionado con la masculinidad hasta convertirlo en un insulto o en algo ridículo que nadie quiere ser, haciendo que los hombres sientan que valen menos que las mujeres.

Derechos Laborales

Ser explotada laboralmente no es un derecho, eso queremos dejarlo claro desde un inicio, pero lo que sí es un derecho es tener acceso a un trabajo remunerado que garantice la autonomía de las mujeres en materia de independencia económica y social, dentro de este sistema capitalista. También lo son las leyes que protejan a las mujeres de los abusos de poder por parte de sus jefes y otros compañeros de trabajo, como las leyes contra el abuso sexual en el ámbito laboral.

A todo esto hay que añadir los famosos «cupos laborales» que se instrumentalizan a menudo para decir que tenemos privilegios a la hora de acceder a un puesto de trabajo por ser mujeres, lo cual es una falacia. En España las mujeres tenemos una tasa de desempleo mayor que los hombres y solo el 10% de los puestos de alta responsabilidad están bajo el liderazgo de mujeres. Las leyes en torno a la inclusividad de las mujeres en el trabajo, buscan igualar la balanza a pesar de los prejuicios. Es decir, que obligan a que a pesar de que de primeras no se nos contrataría por ser mujeres (teniendo el mismo currículum que el hombre) si existe una ley que obligue a que se nos contrate, será más fácil eliminar esa brecha de género. No es una solución, es una ley reformista que sirve como parche temporal en lo que se eliminan esas ideas misóginas de toda la sociedad para que ninguna mujer tenga que soportar que se la rechace en un puesto de trabajo por el hecho de ser mujer estando igual o mejor preparada que cualquier hombre.

Así se ha luchado muchísimo porque las mujeres rompan esos techos y paredes de cristal que nos impedían acceder a una vida independiente. Si quisiéramos una sociedad hembrista, se traduciría en que los hombres serían tratados diferente en las entrevistas de trabajo, siendo menos probable que se les contratara por el hecho de ser hombres y el prejuicio de que desempeñan peor su trabajo. Se les relegaría a trabajos precarios, donde cotizarían por un trabajo por debajo al de sus compañeras, cobrando menos, y haciendo lo mismo. No se permitiría a los hombres ascender laboralmente porque «no están hechos para puestos de importancia» o «no saben mandar, son demasiado agresivos». Se socavaría cualquier ambición de los hombres para ser lo que quisieran ser y se les orientaría siempre a trabajos más precarios (que en esa sociedad podrían ser o no los de cuidados) y esto crearía unas tasas de desempleo mayores en los hombres y más vulnerabilidad económica en los mismos. Los hombres solo serían un porcentaje ridículo de los puestos de responsabilidad y no se les incentivaría a realizar trabajos considerados «de mujeres».

Derechos sexuales y reproductivos

El derecho a poder quedarse embarazada sin necesidad de ningún hombre, es también un derecho que no se reconoce a las mujeres hasta muy adelante. Esto es una cuestión que afecta principalmente a las parejas sáficas, pero también afecta a mujeres solteras que quieren ser madres, ya que no se reconocen estos procedimientos vía salud pública, siendo unos procedimientos terriblemente costosos. Para nosotras lo ideal sería adoptar, por supuesto, pero la cuestión es que a estos dos grupos tampoco se les permite adoptar en España actualmente (ni en la mayoría de países).

En la misma línea que el tema anterior, tenemos el derecho al aborto que aun hoy es un derecho a conquistar en muchísimas partes del mundo. Los últimos años nos hemos hecho eco como muchos otros medios de la lucha de las compañeras argentinas por conquistar por fin este derecho humano, sin embargo aún estamos esperando a ver cómo se resuelve esta situación al otro lado del charco. El derecho a decidir sobre nuestros propios cuerpos, es un derecho de nuevo sujeto a los intereses del capitalismo. Controlar la capacidad reproductiva de las mujeres es uno de los métodos del patriarcado para mantener el poder del capitalismo en todas sus formas, ya que de esta capacidad salen los herederos de la explotación capitalista y los futuros explotados por la misma.

Sin embargo los hombres siempre han tenido más facilidad para hacer con su cuerpo lo que les ha dado la gana, y pocas veces se ha castigado socialmente (mediante rechazo social) la realidad de esos hombres que abandonan a sus familias. Aun hoy se ve como un atropello a los «derechos» masculinos que tengan que pagar las manutenciones a sus vástagos en situaciones de divorcio, siendo esta una de las premisas favoritas de los misóginos para hablar de «Leyes Hembristas». La realidad que esta ley sigue siendo misógina por varios motivos: el primero que da a entender que la madre debe ser la cuidadora principal de los menores, por lo que se le da más habitualmente la custodia (aunque haya una intención de imparcialidad en las leyes), la segunda es que las cantidades que se acuerdan en los juicios de custodia no representan las necesidades reales de la mayoría de menores que las reciben, sino que obedecen a una idea de multa para seguir eludiendo sus deberes como padre. Lógicamente si pasas solamente un 30% del tiempo con tu hijo, pagando así solo ese porcentaje de sus gastos habituales, tendrás que suplementar el otro 20% de gastos habituales además de la mitad de cualquier gasto excepcional. Esta sería la custodia realmente compartida, el tiempo repartido a partes iguales no sirve de nada si sigue siendo la madre quién paga los gastos que no entran dentro de la normalidad (ropa, medicamentos, material escolar, libros, juguetes, productos de higiene, etc). Las cuantías de las manutenciones en muchísimos casos rozan lo ridículo, no respondiendo ni de lejos a las necesidades reales de esos menores. Apelar a una falsa opresión porque se te obligue a cumplir tus deberes como padre es caer en una falacia fácilmente desmontable. Así que vamos a finalizar utilizando una frase que os encanta utilizar cuando se habla de aborto: Si no quieres pagar la manutención, haber mantenido el pene en tus pantalones, hay que ser responsable, ¿no?

Si viviéramos en una sociedad hembrista, la custodia de los menores iría siempre para los padres, ya que se entendería que ellos deben dejar todas sus ambiciones para ser cuidadores. Se utilizaría la religión mayoritaria para impedir a los hombres pudieran abandonar a sus familias, llegando a condenar con prisión a aquellos que abandonaran a sus familias. No se permitiría a los hombres solos adoptar ni tener descendencia de ningún tipo, penalizando las familias monoparentales con una vulnerabilidad económica y social mayor. También se educaría a los hombres para que su única validez como seres humanos fuera la de ser padres. Así nos encontraríamos con que ellos serían quiénes rechazarían optar a conseguir sus ambiciones porque deben cuidar a sus familias para que sus mujeres puedan salir al mundo a conseguir dinero, y serían quiénes más jornadas partidas o parciales tendrían en proporción por dedicarse a los cuidados. Además, ninguna de estas labores de cuidados estaría remunerada cuando es a su propia familia, y cuando realizaran estas labores de cuidados en otras familias, sería mediante condiciones ilegales, sin contrato y cobrando una miseria.

Ley contra la Violencia de Género

Hemos llegado al argumento favorito de los negacionistas del Patriarcado y del Machismo, la ley contra la Violencia de Género, que está basada en un derecho humano fundamental: ningún ser humano tiene derecho a violentar a otro ser humano por razón de género, raza, religión, discapacidad, orientación o identidad. Sobre esta premisa parece obvio argumentar que después de todas las anteriores, existen muchísimas formas de violencia hacia la mujer que aún hoy están bien vistas, y otras tantas que aunque no se vean bien, tampoco reciben suficiente rechazo social. Por ello, es imprescindible nombrar el tipo de violencia específica que se ejerce sobre las mujeres basada en estos roles de poder, al igual que se legisla en contra de la violencia racista, lgtbifoba, capacitista o en relación a la vulnerabilidad por la diferencia de edad; las mujeres también sufren consecuencias específicas de su situación social y por lo tanto esta debe nombrarse y legislarse correctamente. La ley actual no es perfecta, por supuesto, es necesario modificarla para incluir muchísimas otras formas de violencia de género que actualmente no se contemplan como tal y para proteger realmente a todas las mujeres y menores de los diversos tipos de violencia que se dan por razón de género.

No podemos igualar una agresión a un hombre adulto completamente capaz de defenderse, blanco y cishetero con una agresión a un niño, una persona discapacitada, del colectivo LGTBI o a una mujer. Porque las violencias no son las mismas, vienen acrecentadas por sistemas de opresión que nos dañan específicamente y que justifican la violencia específica en beneficio del agresor. En una sociedad hembrista, todos los sucesos anteriores conllevarían a que las mujeres se consideraran socialmente superiores, lo que crearía unos roles de poder con los que podrían maltratar a sus parejas masculinas sin que esto fuera tan penalizado. Se trataría a los hombres de mentirosos si denuncian y siempre se justificaría la violencia sobre los mismos con su forma de vestir, de ser o la hora que era. Se responsabilizaría a los hombres de las agresiones que sufrieran bajo la idea de que «algo habrían hecho» y las tasas de maltrato de mujeres a hombres serían muchísimo más elevadas que al revés. La violencia sería el colofón de un conjunto de creencias históricas y culturales que se han ido instaurando en toda la sociedad como forma de matener a los hombres sumisos para mantener el sistema capitalista y cada año se asesinarían a cientos de miles de hombres solo por el hecho de ser hombres en delitos de diversa índole (violencia de género por parte de parejas y exparejas, violencia sexual, trata reproductiva, trata con fines de esclavitud sexual, etc.). En una sociedad hembrista los hombres serían vistos como mercancía sexual al servicio de las mujeres adineradas y se venderían como ganado por todo el mundo, siendo la explotación sexual una opción más que habitual en aquellos hombres que no encuentren empleo. La violencia sería tan habitual, que los hombres tendrían miedo de salir a la calle por la noche con determinada ropa por si eso hace que no vuelvan a casa. Tendrían grupos de amigos en los que, en lugar de pasar porno y fotos íntimas de mujeres como hacen ahora, pasarían la ubicación en tiempo real por si pasase algo. Todos sus amigos tendrían los datos de contacto de sus citas por si los agreden y siempre, al llegar a casa tras una cita o una fiesta, mandaríais muchos mensajes en los que simplemente pondría «llegué» para que tus amigos y tu familia pudieran dormir sin pensar que te ha pasado algo.

Conclusiones

Es muy difícil expresar de forma calmada lo que para nosotras significa que pretendan tachar nuestros derechos de privilegios, porque durante siglos la violencia contra las mujeres ha sido algo secundario y que no estaba mal visto realmente. Se ha peleado muchísimo para obtener derechos básicos que ahora más o menos tenemos (aunque sea muy difícil que todas accedamos a ellos, lo que es un problema también) y que pretendan igualar el responsabilizarse de sus actos violentos con la violencia sistemática contra las mujeres, es simplemente horrible.

Aun hoy hay países donde no podemos estudiar, países en los que no podemos tener independencia de nuestros familiares masculinos y también países donde el derecho al aborto aún no es una realidad. Pero es que aún en nuestro país se sigue maltratando, violando y asesinando a cientos de mujeres cada año por el hecho de ser mujeres. Aún en nuestro país las mujeres estamos relegadas a trabajos de cuidados, no tenemos acceso al mercado laboral en las mismas condiciones y no se nos considera como trabajadoras igual de capaces. En España aún se justifica la violencia sexual y de género cuando el agresor es un amigo o un conocido famoso, aún la palabra de las mujeres es puesta en duda cuando denunciamos agresiones de cualquier tipo. La situación no ha mejorado tanto como nos gustaría, pero aún queda muchísimo por hacer.

Aún vivimos en un patriarcado.

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