Acompañamos este artículo de testimonios reales de compañeras discas que han querido hablar de sus vivencias en primera persona.
La metáfora del Techo de Cristal es una cuestión repetida hasta la saciedad en todos los círculos feministas. Describe cómo a las mujeres se nos impone una barrera invisible para escalar puestos en nuestros centros de trabajo simplemente por el hecho de ser mujeres. Así solamente el 29% de los directivos en las empresas de todo el mundo son mujeres. Pero ¿qué pasa cuando ni siquiera se te permite acceder a los puestos más bajos dentro de la pirámide laboral? ¿Qué pasa cuando la sociedad te pone tantas barreras que se te impide si quiera trabajar? Pues esto es lo que vivimos las mujeres discapacitadas.
Para definir este fenómeno se utiliza un término conocido como «Paredes de Cristal» haciendo alusión a que nuestro avance ni siquiera es en horizontal, mucho menos en vertical. Y es precisamente en este sentido en el que entendemos el concepto del techo de cristal como un privilegio de clase, pues a quienes realmente afecta es a quienes tienen una posición lo suficientemente acomodada para que poder ascender laboralmente, pero no se les permite por su condición de mujer. Los techos de cristal no nos benefician a todas, pues aún sigue siendo necesario que la mayoría nos quedemos por debajo para poder barrer los trozos de ese techo de cristal.
Mientras que el feminismo pop nos ha vendido la idea del #TechodeCristal como una reclama feminista (siendo una cuestión de clase), a las mujeres discas no se nos permite acceder ni a los puestos más precarios, a esto se le llama #ParedesdeCristal
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Estudios Superiores y Discapacidad
Para poder acceder a un puesto de trabajo, lo primero que tenemos que tener en cuenta es que la educación actual no está pensada para ser accesible. Muchas personas discapacitadas dejamos de estudiar por imposibilidad de continuar debido a nuestra salud. Los horarios, los requisitos de asistencia, el capacitismo en las aulas… Todo suma para que muchas no tengamos estudios superiores, por mucho que se incentive burocráticamente que sigamos estudiando. El 70% de las personas discapacitadas experimentan diferentes barreras para acceder a la educación en igualdad de condiciones con las personas no discapacitadas.
«Mi principal problema en la universidad ha sido la accesibilidad. Desde que otras compañeras ocuparan el único sitio en el aula al que yo podía acceder con mi silla de ruedas hasta que un profesor me pidiera que le dijera cosas de la universidad que deberían ser accesibles. [A este profesor] le indiqué que hay una facultad completamente inaccesible debido a la pendiente (está en un cerro), lo que muy convenientemente él consideró solucionado diciendo que había carril-bici.»
Testimonio anónimo de una estudiante de la Universidad de Castilla-La Mancha, Campus de Cuenca.
Muchas discapacitadas ni siquiera acceden a los estudios más básicos porque estudian en centros especializados donde el aprendizaje realmente no es para llevar una vida independiente, sino para llevar una mínima calidad de vida en situaciones concretas. La discapacidad en las aulas es una problemática de la que no se habla porque ello supondría admitir que existimos, y que la sociedad, tal y como está construida, no nos tiene en cuenta. Para que nos hagamos una idea: el 43% de los jóvenes discapacitados abandonan precozmente los estudios, y solo un 15% alcanzan estudios superiores. Obviamente los estudios no lo son todo para poder ser aptas para un puesto de trabajo, pero actualmente si con un título ya es difícil tener un trabajo digno, sin ninguno es una tarea prácticamente imposible.
«Soy disca visual, entre otras cosas, y estudio medicina. Me he enfrentado al capacitismo en múltiples ocasiones dentro de mi carrera (lo que resulta alarmante teniendo en cuenta que se supone que tanto alumnos como profesores tendrán que tratar con personas discas), pero la que más me ha marcado ha sido una que me ocurrió el año pasado.
En los exámenes a menudo se suelen utilizar imágenes para ilustrar problemas varios, en este caso la imagen era un cardiograma en el que había que decir a qué parte correspondía cada tramo, pero es que era imposible de ver las letras. Incluso mis compañeros que ven perfectamente no eran capaces de ver la letra marcada, así que os podéis imaginar mi situación. Lo peor de todo es que ni siquiera se me quiso decir qué letras ponía para que pudiera hacer el ejercicio, aunque saben perfectamente que tengo discapacidad visual y aunque se lo recordé durante el examen. Muchos han sido los profesores que me han insinuado o directamente dicho que debería dejar la carrera porque no puedo ejercer siendo disca.»
Testimonio anónimo de una estudiante de medicina en la Universidad de Zaragoza.
Discapacidad en el trabajo en datos
Para que nos hagamos una idea de esta realidad, lo primero que necesitamos es ser conscientes de los datos, los cuales siempre han sido manipulados por la opinión pública. Así mucha gente cree que «los cupos laborales» nos benefician hasta el punto de que las personas discapacitadas no podemos quedarnos sin empleo, pero esto no es así. La realidad es que la tasa de paro de las personas discapacitadas jóvenes es un 70%, superior a la del resto de jóvenes en España, alcanzando el 58,1% frente al 34% general, según el INE. Y un 61,4% es parado de larga duración, según la encuesta realizada. No tenemos acceso a un puesto de trabajo adaptado a nuestras necesidades, lo que nos lleva a elegir entre nuestra salud (o incluso nuestra vida, para muchas) y tener dinero para poder tener una vida independiente.
«Lo primero que pienso si pienso en mi experiencia laboral, es en la ansiedad previa antes de empezar por no saber cómo de adaptado iba a estar el puesto a mis necesidades. Esto ya es sintomático de lo que me he encontrado en la mayoría de ocasiones.
Trabajé varias veces como monitora de campamento, donde nunca sabía si debía decir que era disca o mejor no. Y una vez que lo saben pues la infantilización, el colapso de mi cuerpo por los ritmos inaccesibles de las actividades, tener que marcharme antes de tiempo por este mismo motivo, no valorar el descanso… Y tener la idea del monitor como un ser todopoderoso, fuerte, hábil… Y sentir que ese no es mi espacio por no encajar dentro de ese estereotipo.
Nunca se tuvo en cuenta mis necesidades para planificar las rutas ni se me tuvo en cuenta a la hora de hacerlas con las menores.»
Testimonio anónimo de una compañera de Madrid
Si, para poder independizarnos, las personas jóvenes ya nos encontramos con demasiadas trabas en el sistema económico actual, para las jóvenes discapacitadas es una misión casi imposible. Eso conlleva a una vulnerabilidad social enorme que nos impide escapar de situaciones de maltrato intrafamiliar (ya sea por parte de padres, tíos, abuelos o cuidadores) y de violencia de género. Esto en sí mismo debería ser parte de las reclamas feministas en torno al trabajo, pero curiosamente el discurso siempre es abanderado por un sector muy concreto que no nos tiene en cuenta.
«Mientras estudiaba en la universidad, decidí buscar empleo para ganar algo de dinero. Para ello, me apoyaba en los tablones de anuncios de mi universidad, y en una ocasión me encontré uno que se ajustaba a mi experiencia y lo que quería hacer después. Así que llamé a una biblioteca pública de la provincia de Barcelona, que era el lugar dónde ofrecían el empleo, usando la aplicación «Textmee» ya que soy sorda. Cuando la persona al otro lado del teléfono me respondió, lo primero que hizo fue decirme que cómo una persona sorda llamaba por teléfono y que le parecía improbable que hubiera visto esa oferta de trabajo en el tablón de anuncios de mi facultad. A continuación dijo que no quería a una persona sorda trabajando en su biblioteca, a lo que por supuesto respondí. Le señalé que las bibliotecas públicas también se financian con mis impuestos y los de todas las personas discapacitadas, y acabó accediendo a concederme una entrevista.
En un inicio no quería asistir por la experiencia tan desagradable por teléfono, pero una amiga me animó a hacerlo. Fui a la entrevista. Poco después me suelta la directora en toda mi cara que soy lo que no se esperaba. Le sorprendió que me defendiera en la lectura labial y que al comunicarme de forma oral, se me entendiese de forma clara. Luego me preguntó que cómo me iba a comunicar con los menores, a lo que obviamente respondí que no habría mayor problema, que había muchas formas alternativas de comunicación.
Salí de esa entrevista bastante desanimada porque me dijo que había otra chica y la prefería a ella porque en su momento estaba cursando un máster más acorde al perfil profesional. A mí, personalmente, esto me sonó a excusa. En su momento no me di cuenta del capacitismo porque no estaba formada en el tema pero, con perspectiva, ahora lo pienso y viví una situación muy capacitista y discriminatoria. Se me juzgó por ser sorda, no por mis conocimientos.«
Testimonio de Ixone Sáenz Paraíso, compañera vasca en Londres.
Los datos laborales de las mujeres discapacitadas no solo deberían reflejarse en el desempleo o en los puestos de importancia dentro de las empresas, para nosotras también sería indispensable que se pudiera saber cuántos de los puestos ocupados por personas discapacitadas, realmente están adaptados a sus condiciones. Pero somos realistas, no existen datos. Si ya cuesta conseguir empleo, no te arriesgas a perderlo denunciando a una empresa cuando incumple nuestros derechos de accesibilidad por mucho que esto pueda dañar nuestra salud o bienestar. Así que a las escasas oportunidades laborales que se nos ofrecen, debemos añadir los abusos de poder que se dan dentro de las empresas, utilizando las ayudas que les dan para adaptar nuestros puestos, en otros menesteres que nos dejan de nuevo fuera de las esferas laborales.
«Aquí en Argentina he tenido dos trabajos no regulados. Uno de ellos como administrativa de historiales clínicos. Por esto, en muchos casos, tenía que mover cajas muy pesadas que en mi situación (soy disca motriz) era muy peligroso para mi bienestar.
El otro era un puesto similar, pero llegaban a aprovecharse de mí pidiéndome favores como que limpiara los baños, sabiendo que no me iba a negar porque necesitaba el trabajo y sabía que no iba a conseguir nada mejor.»
Testimonio de Mari, compañera femidisca argentina.
No es solo que se nos niegue el acceso a los puestos de trabajo sino que cuando accedemos nos enfrentamos a una explotación y una violencia sistemática desmedida para ganar el sueldo mínimo, e incluso, en múltiples ocasiones, mucho menos. Todo para que las empresas den una imagen de inclusividad irreal que no es más que puro marketing.
Mujer, desempleo y discapacidad
Para las mujeres discapacitadas, estos datos son aún más desalentadores. Además de la cuestión del machismo en los puestos de trabajo es necesario sumarle la realidad de que también se nos entiende como niñas durante toda nuestra vida y, por lo tanto, no se nos permite vivir nuestra vida adulta y se nos empuja a la dependencia familiar.
«Podría contarte miles de experiencias capacitistas, pero una de las más recientes me ocurrió en una de estas ferias de empleo. Cada vez que me acercaba a alguno de los puestos, me dirigían directamente al área de trabajos específicos para personas discapacitadas. Al parecer, el resto de empresas no querían a una lisiada. Además, los stands no eran accesibles, la entrada tampoco, tuve que entrar por otro lado. Cuando logré registrarme para una famosa multinacional de comida rápida, no avisan de que soy disca, por lo que el lugar donde se concertó la entrevista no era accesible, los baños tampoco, y me tuvieron esperando fuera con el pretexto de que después de entrevistar en grupo a las demás, vendrían a por mí. Pero la realidad es que esperaban que me cansara y me fuera.»
Micaela Boldt, compa femidisca argentina
Esto, las barreras arquitectónicas, las barreras sociales y el capacitismo, hace que las mujeres discapacitadas tengamos una tasa de desempleo mucho mayor que la de nuestros semejantes masculinos. En 2018, en el caso de personas discapacitadas la tasa de actividad de las mujeres se sitúa 1,5 puntos por debajo de la de los hombres (33,6% y 35,1% respectivamente). Lo que para las mujeres jóvenes y discapacitadas significa una condena a la vulnerabilidad económica, social y familiar. Además que cabe destacar que este escenario previsiblemente se va a acrecentar con la crisis que vendrá como resultado a la pandemia del coronavirus. De nuevo, las peores paradas seremos aquellas que ya nos encontrábamos en los márgenes de la sociedad.
«Nací con un fallo en el nervio óptico que afecta a mis dos ojos, llegando a que en el izquierdo tengo menos visión. Nadie me dijo que era discapacitada a pesar de que no veía bien, no podía hacer muchas cosas de las que hacía el resto de los niños de mi edad, me costaba leer y escribir por mi TDA. Cuando tuve la oportunidad de trabajar lo tuve que dejar porque no podía leer bien ni hacer las tareas de oficina, por el mismo motivo. Todo empeoró cuando empecé con los desmayos por los vértigos, los problemas de equilibrio y las parálisis. Tuve que dejar de trabajar porque todos pensaban que era un lastre para las empresas, incluidos los médicos.
Nunca me dijeron específicamente por qué me pasaba esto, solo me dijeron que eran hereditarios cuando tuve hijos. Mis problemas cada vez iban a peor, así que decidí trabajar en casa como ama de casa. Tengo algunos pequeños proyectos de reciclaje que vendo para conseguir algo de dinero. Me intento centrar en labores artísticas.»
Testimonio de Sombrans, compañera de Barcelona.
Es fácil ver cómo la demanda de romper con los techos de cristal es una reclama burguesa si nos ponemos en la piel de todas aquellas que viven sin poder acceder a un trabajo digno. Por supuesto, no es una cuestión única de las mujeres discapacitadas. Esta situación se repite con todas esas mujeres que no son consideradas ni siquiera como personas por parte de la sociedad. No podemos pretender romper estas paredes sin romper las de todas.
«Soy actriz y me dedico también a la educación. Acudí a una entrevista en un puesto educativo en un museo, donde me hicieron la típica pregunta de «defínete en tres palabras» e hice exactamente lo que me pidió. Sin embargo, ella se sorprendió y me explicó que se refería a que me definiera con tres adjetivos. En sus preguntas era muy imprecisa, por lo que le expliqué que soy autista y que las metáforas o ser tan general me confunden. La cuestión es que terminó la entrevista y me dijo que todo bien, que se notaba que me encantaban las actividades educativas y que tenía muchas cualidades para el puesto. Pero finalizó diciéndome: «Nunca digas que eres autista porque no se te nota, eso es una desventaja, voy a obviar esa información.»
Testimonio de Rosa Victoria, compañera de Lima (Perú)
Conclusiones
Mientras las compas no discas se pelean (en un alarde claro de falta de conciencia de clase) por escalar hacia una posición ventajosa respecto a otras compañeras, nosotras, las discas, solo pensamos en conseguir un derecho básico como es el de acceder al empleo en igualdad de condiciones. Pero no se confundan, esto no quiere decir que la solución simplemente sea igualar (aparentemente) nuestras condiciones laborales. No, la solución sólo será la abolición total del sistema capitalista y del trabajo asalariado que crea jerarquías basadas en una meritocracia falsa que pone en constante debate si somos útiles. Pero no, no somos ni queremos ser útiles al sistema capitalista que asesina a nuestras hermanas en masa.