La COVID-19 tiene nombre de mujer.

La COVID-19 no solamente ha hecho que estemos durante meses sin salir a la calle, también ha conseguido poner de relieve, una vez más, la diferencia existente entre hombres y mujeres y la discriminación a la que nos vemos sometidas durante el «segundo turno» que, no solo no ha disminuido, sino que ha aumentado durante este periodo.

La COVID-19 no solamente ha hecho que estemos durante meses sin salir a la calle, también ha conseguido poner de relieve, una vez más, la diferencia existente entre hombres y mujeres y la discriminación a la que nos vemos sometidas durante el «segundo turno»

Las limpiadoras, las cajeras, las enfermeras, las médicas, las celadoras…

El sector sanitario es uno de los más feminizados con unos datos del 76,9% de presencia femenina. Pero dentro del mismo nos encontramos más que médicas y enfermeras que son en quien todo el mundo piensa.

Imagen de fondo negro en la que se ve el planeta tierra en el centro con una mascarilla azul de naturaleza quirúrgica.

Este sector lo conforman muchas más profesiones de las que en un primer momento suelen ser reconocidas y que durante la misma pandemia han tenido un papel fundamental. No solamente hablamos de médicas y enfermeras atendiendo a pacientes de covid que han hecho un trabajo increíble, también debemos hablar de las limpiadoras que pasan la fregona en la UCI arriesgando su vida de la misma forma y realizando un trabajo igualmente imprescindible. Porque no olvidemos que la esterilización de las zonas hospitalarias es clave para frenar los contagios, a ver si con esto nos damos cuenta del valor del trabajo de limpieza.

La labor que se lleva a cabo de atención sociosanitaria a personas ancianas o dependientes no ha parado, y no puede hacerlo. Una persona que no puede asearse sin ayuda debe tenerla y la ha tenido con pandemia mundial o sin ella. Las mal llamadas «cuidadoras» que no son otras que las que se encargan de que miles de personas al día en España coman o estén atendidas, miles de personas tanto en residencias como en domicilios privados que han visto como han podido seguir llevando una vida digna gracias a ellas.

Cuando hablen de residencias y de lo que ha pasado, que se hablará y mucho, y que esperamos que llegue a los tribunales; no es que ellas no quisieran derivar a nuestros mayores al hospital, ellas son las que han luchado y se han partido los cuernos durante meses, las que han estado cuidando a nuestros padres o abuelos o a cualquier persona que lo necesite sabiendo que al llegar a casa no podrían acercarse a sus familias.
Y hablamos en femenino porque este sector es uno de los más feminizados con unas cifras del 76,9% de mujeres en él solamente por detrás del correspondiente al de las actividades en los hogares. Pero poniendo los datos de forma más clara hablamos de un total de 1.241.000 en el sector de las actividades sociosanitarias y los servicios sociales, lo que equivale al 11,5% del total de las mujeres que realizan trabajos remunerados en España.

En el caso de las trabajadoras de cara al público hablamos de un 29,4% del total de las mujeres trabajadoras remuneradas, siendo el sector más alto. Ellas han sido las que nos han permitido seguir yendo a comprar todos los días y que también han sacrificado su seguridad y salud por nosotras. Trabajando en un lugar cerrado con una gran concurrencia de personas, que podrían ser portadores asintomáticos y que en ocasiones se han visto desbordadas por la situación al no tener unas instrucciones claras para protegerlas o incluso, cuando han existido, muchas personas han decidido que para ellas no eran obligatorias. Las cajeras y dependientas han estado ahí aunque no haya habido aplausos para ellas. Y aunque no nos acordemos de ellas en las exigencias de mejoras laborales en todo su sector, porque tampoco nos olvidemos de las condiciones nefastas de estas labores.

El segundo turno

Ya hemos hablado en otras ocasiones de la diferencia en la carga de las tareas del hogar en mujeres y en hombres. La diferencia no solamente radica en el número de horas que se dedican a este «segundo turno», también en el tipo de actividad que desarrollan cada uno y en la carga mental que se soporta.

Imagen de un suelo de parqué oscuro sobre el que se ve una mopa, en lo que entendemos que es la labor de pasar la mopa.

En concreto, las madres, ya venían haciendo la mayor parte del trabajo en el hogar y de cuidados con 35 horas semanales antes de la pandemia, frente al 25 de los padres. Pero tras el confinamiento y el teletrabajo, quienes han podido llevarlo a cabo, estas horas han llegado a 65 a la semana para las madres frente a unas 50 por parte de ellos. No solo no se ha igualado el número de horas sino que en nosotras ha habido un mayor aumento en el total.

Además, el teletrabajo es trabajo, es inviable poder cuidar de los hijos si al mismo tiempo debes estar trabajando y concentrada. Los mismo niños han tenido tareas, actividades y muchas cosas que estudiar, porque recordemos que los colegios e institutos no han cerrado y que no en todas las casas hay medios informáticos para cada uno de sus integrantes, que muchas veces debían utilizarlos al mismo tiempo.

¿Qué es lo que esto significa y en qué se traduce? En que la «brecha digital» al final y como siempre se va a cebar con personas con menos recursos, en muchas casas no hay medios informáticos de ningún tipo o los hay pero no conexiones a Internet y esto se va a ver agravado en gran medida en las áreas rurales donde el acceso a Internet suele ser, por general, muy deficiente. De forma que las familias con menos recursos son las que más van a ver que la cuarenta afecta a la educación que reciben sus hijos.

Y llegan las elecciones.

Además de todo esto que es tan sumamente vergonzoso, nos encontramos también con que al dar por finalizado el confinamiento, varias comunidades autónomas han realizado sus elecciones autonómicas o locales con medidas de seguridad que en ocasiones han violado los derechos humanos. Y es que no se le puede negar el derecho a voto a ninguna persona aunque sea por enfermedad.

Hasta ahí estamos de acuerdo, pero en lo que no podemos fallar ahora mismo es en recordar que esta medida ya se ha llevado a cabo con múltiples grupos vulnerables que además están altamente feminizados. Hablamos de las discapacitadas y las psiquiatrizadas a las que se les ha negado el voto en innumerables veces, sin que nadie dijera nada, pero en el momento en el que esto afecta a la gente «normal» ha saltado la liebre. Vuelve a ocurrir lo mismo que con el confinamiento, volvemos a ver cómo los derechos de las personas que sufrimos capacitismo son vulnerados sin que le importe a nadie, pero curiosamente cuando afecta a la ciudadanía de primera, la no disca y no psiquiatrizada, ya volvemos a hablar de derechos humanos inalienables.

Se calcula que casi el 60% de las personas discapacitadas en España son mujeres (2.30 millones de mujeres con discapacidad según la estadística de 2019). Y también, según el estudio ‘Desigualdades en salud mental en la población trabajadora de España’, basado en Encuesta Nacional de Salud, las mujeres trabajadoras mostraron seis puntos más en cuanto a la prevalencia de padecimientos psíquicos –o síntomas depresivos, ansiosos, problemas sociales e hipocondrias derivadas del estrés laboral– que sus homólogos varones.

Hablamos que de nuevo, una de las consecuencias más sonadas de la cuarentena y la pandemia, afecta a las mujeres desde mucho antes. Porque a las discas y a las locas ya se nos ninguneaba antes de la pandemia y se seguirá haciendo después.

Conclusión

Con poco análisis que se haga se puede apreciar que las que hemos estado al pie de la pandemia, tanto en casa como fuera de ella, hemos sido las mujeres. Las que de nuevo nos hemos visto encargadas de los cuidados de la gente que les rodea sea su trabajo o no lo sea. Pero es que nuestra vulnerabilidad como mujeres no queda ahí, si no que las consecuencias de la crisis del coronavirus también nos afecta en mayor proporción a nosotras en nuestras vidas privadas y nuestros derechos humanos.

Si íbamos a salir mejores de toda esta dramática situación se nos ha olvidado por el camino y se ha quedado en algún lugar entre las mascarillas y los aplausos.

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