El estrés post traumático (TEPT) es una afección muy conocida, todo veterano estadounidense que se precie, la ha padecido al volver de alguna de las guerras creadas por Estados Unidos. Sin embargo, hay otro estrés postraumático del que no se habla, porque mencionarlo si quiera supondría asumir que la violencia de género o la violencia machista es igualable al trauma que se sufre en la guerra. Sería admitir que muchas tenemos al enemigo en nuestra casa y nuestras camas, y no porque «sea hombre» si no porque nos pega, nos humilla y nos maltrata.
Y aunque le fastidie a toda la sarta de psicólogas que me han atendido, sí, yo soy un claro caso de estrés postraumático por violencia de género.
El estrés post traumático es una afección muy conocida, todo veterano estadounidense que se precie, la ha padecido al volver de alguna de las guerras creadas por Estados Unidos. Sin embargo, hay otro del que no se habla #ViolenciadeGenero
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¿Por qué no tengo diagnóstico?
Empecé a tener síntomas muy joven, tenía unos 12 años las primeras veces que empecé a tener pensamientos autolesivos o depresivos. Y ya llevaba sufriendo violencia al menos 4 años, toda violencia psicológica, nunca necesitó pegarme. Yo era una niña, y mi abusador era una persona en la que confiaba con todo mi corazón por entonces (claramente por cuestiones legales no puedo deciros quién) y le tenía muchísimo cariño. Tanto que al principio no le culpaba a él, culpaba a todo el mundo menos a él. ¿Que me humillaba simplemente por no haber llevado el pan a la mesa? Era culpa mía por despistada. Y al mismo tiempo empezaba a darme cuenta de que algo no estaba bien, de que había algo que no me parecía correcto y que no era justo.
Entonces pasaba por muchas cosas, al mismo tiempo estaba sufriendo bullying en el colegio y eso me hizo caer aún más en la depresión. Me pasaba las noches despierta teniendo miedo de ir al colegio y también de verle a él, en cualquier contexto, cualquier momento en el que estaba él se transformaba en una pesadilla para mí.
Pero claro, estaba en una edad en la que todo lo que ocurre, se suele achacar al bullying y creyeron que todos mis problemas mentales eran a causa de eso. Nadie me preguntó por qué quise suicidarme, quizá hubieran entendido que el bullying era la punta del iceberg. Yo no estaba a salvo ni siquiera cuando debía estarlo, me sentía sola y sentía que nadie me creía, ni siquiera mi terapeuta. Y todo porque jamás me tocó, no le hizo falta, pero eso nadie lo entiende. Las heridas emocionales que arrastro hacen que haya ciertas expresiones que no sea capaz de escuchar sin tener arcadas, aunque lo digan en broma. Hay ciertas series o películas o incluso actores que me recuerdan a él, y los cuales también pueden desencadenarme una crisis de ansiedad. Tengo pesadillas con cosas que pasaron y con cosas que temo que aún puedan pasar, y me despierto llorando o con ataques de ansiedad.
Nadie me ha dado un diagnóstico claro más allá de depresión y ansiedad, y entiendo que hablar del estrés postraumático es difícil en estas situaciones, pero necesitamos llamar a las cosas por su nombre, no seguir ignorando que las secuelas del maltrato son similares a las de una guerra o un secuestro.
Los síntomas
Algunos de ellos ya los he mencionado (pesadillas, resortes o miedos) pero también está la hipervigilancia, siempre estás huyendo aunque ya no sepas nada de él. No me gusta que sepa dónde vivo, no me gusta vivir cerca de él, pero es casi imposible. Otro síntoma clásico quizá sea la agresividad con él y con todo aquel que me recuerde a él, la ira y el resentimiento que no se va porque para ello tendría que tratar esto en terapia. Y yo intento tratarlo, pero actualmente el sistema de salud mental no está pensado para solucionar realmente los problemas, está pensado para medicarnos, para que sigamos siendo productivas, sin ahondar en los problemas que causan mis síntomas. Porque en 30 minutos de consulta, no se puede profundizar en absolutamente nada, y eso no es culpa de las personas que nos atienden, es un problema institucional.
Las personas no somos una lista de síntomas que encasillar y medicar, es mucho más complejo, a menudo hay personas que no quieren o no están preparadas para terapia y otras veces estamos quienes no nos gusta medicarnos, porque nos parece una tirita para todos los pensamientos intrusivos que nos rodean, y preferimos la terapia.
Conclusiones
En definitiva, la violencia de género o violencia machista ha marcado mi salud mental durante la última década, diez años pasando por estas cosas sin tener suficiente apoyo clínico. Este tipo de secuelas de la violencia no se tienen en cuenta, lo que es un error garrafal de cara a condenar fielmente estos delitos, ya que aunque las heridas físicas se puedan fingir (aunque sea en un porcentaje nimio), las secuelas psicológicas no se pueden y son un signo claro de esta violencia. Pero no se lleva a cabo un seguimiento real de las secuelas ni hay formación suficiente por parte del sistema judicial para avalar estos informes en torno a las secuelas psicológicas.