Hoy en día, hablar de abolicionismo en determinados espacios es más o menos lo mismo que hablar de feminismo radical o de feminismo(s) en general: puede parecer que está muy claro cuál es el tema en el que estamos, pero también acabar siendo difícil, si no, imposible, ubicarse. ¿Qué feminismos, qué feminismo radical, qué abolicionismo?
Sabemos que hay sectores muy concretos del movimiento feminista que tienen ideas particularmente bien definidas sobre estas tres cosas porque las definen como una negación: es un espacio en el que no cabemos ciertos grupos. Y no es que seamos pocas precisamente: de trans a discas, pasando por racializadas y trabajadoras sexuales y, así en general, cualquiera que no se adapte a los estándares hegemónicos: cualquiera que no quepa en la definición más abstracta y universal de La Mujer ™. En el fondo, esta perspectiva ya ha sido muy criticada antes: es una forma de ser «iguales» a los hombres sin querer trastocar realmente el sistema de fondo. No se pretende construir algo mejor porque, simplemente, no se pretende transformar las estructuras sociales que hay detrás, que son las que establecen y mantienen toda esta serie de exclusiones.
Llamaremos a eso «feminismo», porque es una parte históricamente muy importante del movimiento feminista; se puede rastrear desde el sufragismo estadounidense o británico, por ejemplo. Pero, como es una tendencia concreta, le vamos a poner apellidos. Se lo ha llamado «feminismo burgués», porque sus intereses concretos partían de mujeres en posiciones más bien cercanas a la burguesía y a la clase rentista, de forma que sus demandas eran a menudo contradictorias con las de las mujeres trabajadoras. Se lo ha llamado «feminismo blanco», ya que instrumentaliza la opresión y el dolor de las mujeres racializadas para su propio beneficio como parte privilegiada del orden racial; en un sentido parecido, se lo ha denominado también a veces «feminismo europeo», debido a la mentalidad colonial que tiene.
Más actualmente se le pueden poner otros apellidos. Se lo puede tildar de «tránsfobo», debido a su intencionalidad abiertamente contraria a la simple existencia de las personas trans y sus derechos; y de «putófobo», debido a su constante batalla por silenciar y empobrecer a las mujeres en situación de prostitución, insistiendo en olvidar la politización de estas.
En general, este feminismo es menos un feminismo que un «hembrismo», en el sentido irónico de que pretende subordinar cualquier realidad a la abstracción de ser mujer, entendida de forma identitaria como «ser hembra». (No está claro qué significa exactamente esto de ser «hembra», ya que se ignoran la complejidad del desarrollo sexual y las distintas formas de intersexualidad). El «abolicionismo» que parte de este feminismo es un abolicionismo basado en castigar no a los puteros ─que forman parte necesaria de la institución del trabajo sexual o de la prostitución, en la cual se juega su masculinidad─, sino la posición social de las mujeres que recurren a esta institución social para conseguir un dinero con el que vivir. Las propuestas que hacen son variadas, pero en el mejor de los casos termina por acallar y empobrecer a estas mujeres, estigmatizando y agudizando aun más su necesidad.
En el fondo, esta postura es lo que podemos llamar un «feminismo utópico». Tomando prestado el concepto de Engels, el feminismo utópico hace referencia a un feminismo que se basa en la propuesta irreal de pretender establecer un ideal feminista saltándose por el camino todo proceso real de cambio social, e ignorando las contradicciones a las que se hace frente a lo largo de su desarrollo. Engels, por supuesto, no se refiere al feminismo ─que en su época era más conocido como «la cuestión de la mujer»─, sino al socialismo. Un socialismo utópico del que dice:
«… es, para todos [los socialistas utópicos], la expresión de la verdad absoluta, de la razón y de la justicia, y basta con descubrirlo para que por su propia virtud conquiste el mundo. Y, como la verdad absoluta no está sujeta a condiciones de espacio ni de tiempo, ni al desarrollo histórico de la humanidad, sólo el azar puede decidir cuándo y dónde este descubrimiento ha de revelarse.»
Del socialismo utópico al socialismo científico, I. (orig. 1876)
Para Engels, igual que para Marx, este era el problema fundamental de los «utópicos»: entendían ese modelo socialista de sociedad como un ideal de justicia, no como un desarrollo complejo que debe darse en el barro de la realidad. De lo que se trata entonces es de apuntar adecuadamente con la crítica, de tener unos principios base y unos límites aún más claros; y, en el fondo, de ser también realistas. De pasar de un «socialismo utópico» a un «socialismo científico» porque, de lo contrario, ningún cambio pasará de ser un cambio superficial.
Este es también un problema fundamental con este feminismo: su interés real no es dar y desarrollar las condiciones para la transformación radical de las estructuras sociales que nos oprimen, sino establecer y mantener una imagen idealizada de quién y cómo debe ser alguien de acuerdo a su cuerpo y su sexualidad. En el fondo, el feminismo utópico pretende mantener las condiciones que lo crean, no derribarlas. Para eso, este feminismo tendría que ser una forma de abolicionismo, pero no en el sentido liberal sino en sentido radical.
Un feminismo radical supone un abolicionismo radical de las estructuras sociales y las relaciones de (re)producción que nos sujetan a condiciones opresivas. Sin confiar en el Estado y sus leyes y prisiones para hacerlo, sin confiar en que otros «nos liberen», porque no pueden. Más allá de ideas simplistas y fáciles que pueden funcionar para convencer, pero nunca para actuar. Con una crítica consistente, compleja y realista, para poder hacer un abolicionismo en sentido radical, un abolicionismo científico.