A menudo, las discapacidades son difíciles de entender para aquellos que no viven con ellas en sus propias carnes. La sociedad capacitista en la que vivimos se cree con el derecho a juzgar desde fuera a todas las personas que no podemos llevar una vida «normal» y evaluar la ayuda que ellos creen que necesitamos. Y hablamos de creencia porque realmente no sólo no lo saben, sino que no tratan de entendernos. Tal vez esto nos afecte especialmente a aquellas que tenemos una discapacidad que no se ve, ya que se nos tacha de vagas, de no esforzarnos lo suficiente en hacer lo que para una persona capacitada sería algo sencillo y sin complicaciones. Tanto es así que hay discapacidades que rara vez se reconocen en el marco legal, dejando desamparadas a personas que necesitarían de una ayuda (económica o no) para poder sobrevivir.

El error
Tras acontecimientos que no quiero explicar ni recordar, acabé desarrollando una depresión que intenté tratarme, pero que se me negó en la segunda consulta porque la profesional que me tenía que tratar me vio demasiado contenta ese día. Como resultado, ese día me dio el alta. Tal vez si hubiera decidido tratarme durante algo de más tiempo, nos hubiéramos dado cuenta de que se trataba sólo de una temporada en la que estaba de mejor humor. Yo era una niña, no sabía lo que sé ahora sobre los padecimientos mentales. Pensé que tal vez era cierto y me había curado finalmente de esa lacra.
Las primeras pistas
Entonces llegó un momento en el que me pasó algo muy raro. Durante una exposición de un trabajo de clase empecé a sudar, tartamudear y a quedarme en blanco. Me volvió a pasar en las siguientes, al punto de que pensé que simplemente me ponía más nerviosa porque se trataba de clases más importantes. Luego llegó el momento en el que al ir a clase me dolía el vientre, no podía moverme después de un examen y necesitaba dormir justo al llegar de clase. Yo lo achacaba todo a que las clases requerían más esfuerzos por mi parte. No era consciente de lo que me estaba pasando, de las primeras señales de lo que se avecinaba.
Conforme pasaba el tiempo, me iba sintiendo cada vez más incómoda al ir a los sitios o interactuar con la gente. Ya en la Universidad me di cuenta de las náuseas que sentía sólo estando en clase o esperando la cola de Secretaría. Y una vez, justo antes de entrar en clase, me vi a mí misma corriendo hacia la biblioteca. Me daba miedo entrar en clase. De hecho, sólo estar fuera de casa ya me resultaba terrible. Intenté soportarlo como pude y me esforcé en seguir haciendo una vida «normal». Gran error.
Ya era tarde
La depresión, sin curar, se me juntó con la presión que sentía de tener que sacar buenas notas para conseguir una beca y poder seguir estudiando y lo que me estaba pasando. Me volví extremadamente irritable e iba por la calle creyendo que me desmayaría, que perdería el control o cualquier cosa. Como resultado, me vi poniendo excusas para evitar salir a la calle. La sola idea me agotaba horrores, por no hablar de los dolores de cabeza y de vientre que me daban cuando lo intentaba. Por mi cabeza pasaban mil terrores que no era capaz de explicar. Yo no podía controlarlo.
Cuando finalmente decidí que necesitaba ayuda a toda costa, me encontré con un diagnóstico de agorafobia, y al investigar sobre ella, todo empezó a cuadrarme, y creo que en el fondo, lo sabía. Sin embargo, uno de los problemas con los que me topé fue con la imagen que se da en las series y películas, ya que normalmente lo pintan como gente que decide no salir de su casa y recluirse. No era mi caso. Yo no quería estar sola y yo no había decidido no salir. Y es que la agorafobia no es ni una decisión personal ni una fobia a secas. Es un trastorno de ansiedad que cambia por completo la forma de percibir el entorno y de gastar la energía. Provoca pánico en situaciones tan normales como esperar una cola o ir en autobús. Y hablo de pánico en el sentido clínico de la palabra.
No puedo salir de casa
A menudo, te quieren convencer de que es fácil salir de esta situación porque hay gente que lo ha hecho. Sin embargo, la recuperación es muy lenta y depende mucho del humor de cada persona. Aunque digan que te basta con tener voluntad, no es cierto. La agorafobia siempre buscará modos de sorprenderte y de vencer.
Si basta con voluntad… ¿por qué no puedo salir de mi casa?