Tras el artículo sobre la Teoría de la Reproducción Social que publicamos la semana pasada, es necesario cumplimentar algunas cuestiones que quedaron en el tintero. Están divididos exclusivamente por la extensión del texto, por lo que para seguir esta segunda parte hay que leer antes la primera.
La Teoría de la Interseccionalidad en este contexto.
Esta perspectiva de la Teoría de la Reproducción Social tiene también la virtud de tener una perspectiva ontológica sistémica, que se mueve en un nivel de abstracción especialmente complejo pero que, de hecho, pretende dar un punto de apoyo a las ideas actuales, y especialmente a la teoría de la interseccionalidad. McNally hace lo que se denomina ─siguiendo a Hegel, la gran influencia de Marx en este asunto─ una «crítica inmanente» de esta corriente plural y compleja [21]. La teoría de la interseccionalidad «surgió a través de los esfuerzos para comprender las múltiples opresiones que constituyen la experiencia social de muchas personas, especialmente las mujeres racializadas»; pero por otro lado ha quedado, dice McNally, presa de metáforas espaciales: «líneas, localizaciones, ejes y vectores». De esta manera, aunque se hayan realizado algunos intentos muy valiosos para superar «la idea de que [son] relaciones de opresión constituidas independientemente que, en algunas circunstancias, cruzan mutuamente» ─el mejor ejemplo es el de Patricia Hill Collins─, esta especie de «atomismo» resulta prácticamente una constante en esta línea de pensamiento. Esto es lo que McNally denomina «newtonismo social»: «la idea de que distintos ejes y vectores de diferencia pueden ser pensados en el espacio social como “pedazos” ontológicamente separados y autónomos que entran en relaciones externas con otros» [22].
La alternativa, de acuerdo con el autor, es la «interacción dinámica…, la idea, al menos implícita, de que los objetos se encuentran internamente relacionados, p.e. que un objeto (ya sea una parte o una relación) está intrínsecamente constituido por las relaciones que tiene con los otros». Igual que el análisis que Marx hace del capital pretende comprenderlo como una realidad sujeta a cambios y transformaciones, las experiencias sociales y la forma en que las concebimos ─es decir, el modo en que las entendemos y les damos sentido dentro de un esquema más complejo─ deben pensarse en el desarrollo de sus relaciones, que es lo que produce su realidad y le dan su lugar en el ámbito de la reproducción social. Esto no quiere decir que no haya «propiedades específicas a las distintas partes de un conjunto…, pero estas distinciones no ofrecen definiciones exhaustivas». Sin embargo, lo fundamental es que «es el organismo, como conjunto, lo que debe reproducirse a sí mismo, puesto que es el todo del organismo lo que vive, biológica o socialmente»; de acuerdo con Hegel, recuerda McNally, «la totalidad concreta adquiere concreción (“determinidad”) por medio de las diferencias en las que consiste; como elementos de la vida, su reproducción es imposible fuera del todo viviente» [23].
Aplicado a la Reproducción Social
La reproducción social, en este sentido, no es una lista de elementos que actualmente existan y que haya que tener en cuenta. (Digamos, por ejemplo, en abstracto: la educación, la sanidad, el trabajo y la producción social, las diferentes formas de arte, etc). En realidad, es la reproducción del conjunto de relaciones que se han establecido y se establecen como parte de las sociedades humanas, que construyen y conforman todas las instituciones en las que se da y adquiere sentido la vida y la acción humana como tal. Esta idea es un desarrollo de una de las Tesis más importantes de Marx: «la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo; es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales» [24].
Finalmente, la Teoría de la Reproducción Social presta atención a la reproducción social de las sexualidades, es decir, al modo en como se organiza lo que Rubin denomina un «sistema sexo/género, un conjunto de disposiciones por el cual la materia prima biológica del sexo y la procreación humanas son conformadas por la intervención humana y social» [25]. En este sentido, Alan Sears afirma que la Teoría de la Reproducción Social puede ayudar a comprender el lugar de la heteronorma como parte de la lógica del capital, «localizando la sexualidad dentro de un conjunto más amplio de relaciones sociales por medio de las que [vivimos]». Lo cierto es que «la heteronorma naturaliza… formas cultural e históricamente específicas de sexualidad, situando las formas de familia y las divisiones del trabajo como productos de la naturaleza humana y como bases necesarias para una sociedad humana…» [26].
[Este estudio marxista de la relación compleja entre el vínculo de la organización de la (re)producción social y la sexualidad en términos generales es compartido abiertamente con el marxismo queer [27], por lo que en este sentido no haré una distinción entre ambas.]
La hipótesis que asume este trabajo de investigación, entre historiográfica, sociológica y filosófica, es que:
“…la sexualidad está conformada por la matriz de relaciones sociales que organizan la creación de la vida en toda sociedad. La aparición del capitalismo trajo consigo una reestructuración fundamental en las formas de trabajo y vida que transformaron la vida personal de modos significativos. De hecho, el desarrollo de la sexualidad ─la formación de identidades en torno a las preferencias eróticas (como “lesbiana”)─ es un producto de la organización social capitalista. En las sociedades no capitalistas, las diversas formas de prácticas sexuales… tendían a estar integradas en el modo dominante de relaciones de parentesco… En el capitalismo…, la actividad productiva humana fue drásticamente reorganizada de formas que crearon modos contradictorios de libertad sexual conectados a la aparición del trabajo ‘libre’” [28].
A. Sears, op. cit., p. 180.
Este concepto de «sexualidad» es un préstamo directo de Foucault, que afirma que, a partir del siglo XVIII y coincidiendo con la emergencia de nuevas relaciones entre el Estado, la familia y el capitalismo, aparece «el dispositivo de la sexualidad». De acuerdo con el autor francés, esta nueva regulación de la sexualidad se da instrumentalizando el cuerpo de dos formas principales: como «anatomo-política del cuerpo» (o cuerpo-máquina) y como «bio-política de la población» (o cuerpo-especie). Se instrumentalizaron poderes institucionales, elementos estatales de la (re)producción social para el bien del Estado y del capital, disciplinaron al cuerpo en sus funciones, de modo que pasó a ser un campo de batalla definitivo. [29] Como confirma el estudio histórico de Laqueur [30], «el sexo tal y como lo conocemos fue inventado en el siglo XVIII», cuando los cuerpos se comienzan a categorizar como dos realidades opuestas y absolutas.
Esta binarización solapó sexo y género, y jugó un papel central a la hora de configurar las categorías de la sexualidad ─en especial la homosexualidad y la heterosexualidad─ en el siglo XIX, como formas privilegiadas de la subjetividad humana. No hay que entender la subjetividad como «una identificación personal o colectiva, sino [como] una perspectiva inmanente sobre las relaciones sociales, una forma de ver y conocer esas relaciones. Las subjetividades homo y heterosexual remiten, en el contexto actual, a lugares sociales binarizados y opuestos, a las posiciones sociales ─no individuales─ del sujeto…» [31]. El alcance de este descubrimiento es muy profundo, porque se integra dentro de la perspectiva marxista de que el modo capitalista no sólo abstrae el trabajo humano sino las relaciones sociales en las que cobra un lugar propio:
“Sólo bajo el capitalismo [se] ha llegado a clasificar como algo central y coherente el propio deseo según el sexo de la persona a la que se dirija, abstrayendo la condición masculina y femenina del sistema de parentesco y de los lazos sociales en los que otras sociales los sitúan ” [32].
P. Drucker, Warped: Gay Normality and Queer Anti-Capitalism, Haymarket, Chicago (2015), p. 55.
La sexualidad en general, así como las identificaciones que nos organizan de acuerdo a nuestro género y las rupturas que resultan concebibles, pensables y aceptables ─y más en particular, el cómo son pensables y aceptables y en qué términos─ dependen en sí mismas de los procesos en los que se produce la actividad humana en general. Pero estos procesos no se dan en el vacío, sino que tienen lugar en relaciones de dominación y dependencia ya establecidas. «Las normas del género no son sencillamente un discurso, sino un conjunto de prácticas cotidianas enmarcadas en una matriz de relaciones de poder que estructuran la producción y la reproducción en las sociedades capitalistas»; «desarrollamos un sentido de agencia encarnada [embodied], o una ausencia de ella, por medio de nuestra implicación en distintas formas de trabajo pagado e impagado, así como en las prácticas fuera del trabajo, organizadas en torno a divisiones del trabajo basadas en la clase sexuada, el género y las jerarquías raciales en el contexto de un orden mundial de la explotación fundado en historias de colonialismo e imperalismo» [33].
Por supuesto, decir que todo esto implica que «la homosexualidad no existe» sería una lectura muy ingenua. Siempre han existido personas que mantienen relaciones afectivas o sexuales con personas de su mismo género, igual que siempre han existido personas cuyo género, en distintos sentidos, no coincide con su género asignado u obedece a expectativas distintas de las supuestas; pero el género no siempre ha tenido el mismo sentido social, y el sexo no se ha comprendido siempre de la misma forma [34]. El punto es que sólo hoy estas realidades cobran un lugar por sí mismas, pudiendo ser abstraídas de su realidad social, fuera de la cual no tienen un sentido propio.
El futuro de la Teoría de la Reproducción Social
Hemos visto, junto con los antecedentes de lo que hoy se comienza a conocer como Teoría de la Reproducción Social, algunos de los temas que trata esta línea de trabajo, junto con la perspectiva y metodología que le son habituales. Del trabajo, las clases y la reproducción social a la sexualidad, desde la filosofía, la historiografía y la sociología, esta corriente trata de plantear una comprensión radical de la realidad social humana. Pero en el camino deja puntos de vista necesarios, Otros que enriquecen este paradigma y que atraviesan, también, los ejes planteados. No existen aquí trabajos sobre la discapacidad, por ejemplo, o sobre la «locura» y los trastornos mentales; probablemente, esto se explique (no justifique) por la poca visibilidad de estos ejes y los derechos y reivindicaciones asociados. Y tampoco puede decirse que la perspectiva integral de la Teoría de la Reproducción Social pueda plantear cómo se determinan las nuevas problemáticas y los temas de debate: sus instrumentos son la crítica inmanente por un lado y la exploración socio-histórica por otro, con lo que no tiene una perspectiva propia desde la que construir ideas sobre nuevos objetos de estudio. Como mucho, puede sugerir tentativas, estrategias que adoptar en puntos específicos de la investigación; pero las preguntas no son sino préstamos, como hace con Foucault y el marxismo queer o la justicia y la teoría crítica.
Notas Bibliográficas
[21] “Intersections and Dialectics: Critical Reconstructions in Social Reproduction Theory”, en Bhattacharya, op. cit., pp. 100-117.
[22] En íb., pp. 102-105.
[23] En íb., pp. 111-112.
[24] Tesis sobre Feuerbach; tesis VI. Disponible online en marxists.org.
[25] G. Rubin, “El tráfico de mujeres: notas sobre la economía política del sexo”, ver trad. en M. Lamas, El género. La construcción cultural de la diferencia sexual, UNAM, México (2013), pp. 35-96.
[26] A. Sears, “Body Politics: The Social Reproduction of Sexualities”, en Bhattacharya, op. cit., pp. 178-198.
[27] Ver online la entrada de P. Drucker para “Queer Marxism” en las guías de lecturas de historicalmaterialism.org.
[28] A. Sears, op. cit., p. 180.
[29] En M. Foucault, Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber, Siglo XXI, Madrid (1980); la tesis se resume en el capítulo V (“Derecho de muerte y poder sobre la vida”), especialmente en pp. 168 y ss.
[30] En La construcción del sexo: el género de los griegos a Freud, Cátedra, Madrid (2004); también se puede ver un resumen crítico de este texto online en Perspectiva. Blog de investigación filosófica (2 de agosto de 2018; publicado por Rosa María García).
[31] K. Floyd, The Reification of Desire, University of Minessota Press, Minneapolis (2009), p. 14.
[32] P. Drucker, Warped: Gay Normality and Queer Anti-Capitalism, Haymarket, Chicago (2015), p. 55.
[33] A. Sears, op. cit., pp. 191-192.
[34] D. M. Halperin, “Is There a History of Sexuality?”, en Abelove, Barale y Halperin (eds.), The Lesbian and Gay Studies Reader, Routledge (1993); J. Weeks, What is Sexual History?, Polity Press (2016); S. O. Rose, ¿Qué es historia de género?, Alianza, Madrid (2012).