Las mujeres han entrado en el mercado laboral y en profesiones típicamente masculinas. Nuestro lenguaje no estaba preparado para semejante catástrofe, hubo que adaptarlo.
Unas palabras optaron por crear el femenino, como «el minero/la minera», otras por mantener la misma palabra para ambos géneros «el médico/la médico», entendiendo lo innecesraio de crear una nueva palabra como «médica» teniendo una palabra que sirve para todo. Un tercer grupo de palabras admite tanto la forma original como la feminización, como «la juez/la jueza» (aunque algunas acepciones del diccionario se han mantenido anticuadas en este contexto hasta hace muy poco).
A día de hoy palabras como «médica» y «jueza», que designan profesiones de alta categoría, están abiertas a largos debates, sin embargo, en profesiones típicamente femeninas y de menor remuneración salarial nadie tiene dudas sobre cómo se deben decir, nadie tiene dudas.
¿De dónde viene nuestra lengua?
Ya que la mayoría de las palabras del castellano provienen del latín, vamos a dar una clase express de esta hermosa lengua muerta. En latín los nombres tienen 5 declinaciones (terminaciones) pero la mayoría de palabras pertenecen a 3. La primera declinación termina en –am, con palabras típicamente femeninas como «rosam» (rosa). La segunda termina en –um, con palabras en masculino y neutro como «servum» (siervo). La tercera termina en –is, que podía ser masculina, femenina, neutra o para todo, como «amantis» (amante).
Gracias al lenguaje podemos ver cómo hay profesiones que para la sociedad romana era absurdo que practicara una mujer, y por ello, las ponían en primera declinación (terminación) pues sabían que ninguna mujer se dedicaría a ello. Por ejemplo «nauta» (navegante) o «poeta«. ¿Cómo iba una mujer a escribir poesía o a subir a un barco? Cuando siglos más tarde se demostró que las mujeres también valían para la literatura, la autora Gloria Fuertes se negó a utilizar la palabra “poetisa” para designar a las mujeres que practicaban este arte, proponiendo que, si querían hacer una división de género, llamaran en su lugar a los varones “poetos”.
En castellano los nombres que acaban en –nte (y que parten de la tercera declinación del latín) se pueden usar tanto en masculino como en femenino (el pendiente/la pendiente), y cuando designan personas sirven tanto para hombres como para mujeres (los/las estudiantes). Sin embargo, cuando se trata de trabajo, el lenguaje hace un giro para especificar profesiones que sólo realizan las mujeres: limpieza doméstica, orden y cuidados. Este es el caso de «asistenta«, o de «dependienta«.
¿Si ya existe «asistente» y «dependiente», que son palabras neutras y valen tanto para hombres como para mujeres, por qué se ha creado un femenino? Porque son trabajos típicamente femeninos. En el caso de «asistenta», no existe ni oferta ni demanda de hombres que vayan a limpiar casas ajenas.
El Equivalente Masculino.
En otro orden, existen palabras de profesiones típicamente femeninas que podrían tener un equivalente masculino, pero no acaban de convencer. Como «azafata«, que cuando empezaron a entrar hombres no se usó «azafatos», sino «técnicos de vuelo» y si les llamas «azafatos» igual hasta se ofenden. O como «niñero«, palabra que no se usa y de la que, al igual que de asistentos o asistentes para las tareas del hogar, tampoco hay apenas oferta ni mucho menos demanda. Muchas mujeres jóvenes (la autora una de ellas) tienen o han tenido la oportunidad de conocer mundo quedándose y hospedarse gratis cuidando niños, pero las familias siempre buscan mujeres, nunca hombres y rara vez personas de cualquier género.
Si a día de hoy la palabra «niñero» y la palabra «asistento» es impensable, es porque asumimos que son trabajos exclusivamente femeninos.
Foco de debate
Nadie tiene dudas sobre los trabajos típicamente femeninos, al igual que en la sociedad romana nadie tenía dudas sobre los trabajos típicamente masculinos, sin embargo, según ha ido evolucionando y las mujeres se han introducido en el mercado laboral y en espacios típicamente masculinos han ido surgiendo dudas y actualmente es un foco de debate cuál es el término correcto. Sin embargo, para los trabajos típicamente femeninos no hay debate y esto se debe a que no asumimos que la limpieza y cuidados son tarea de todos y de todas.
El día que asumamos que las tareas del hogar son tanto masculinas como femeninas y que, además, son tareas dignas; inevitablemente la sociedad empezará a demandar e inventar sus propias palabras. Por mucho que ladren los lingüistas más conservadores, porque el lenguaje se adapta al ser humano, no el ser humano al lenguaje.
Es hora de crear un nuevo foco de debate, de hacerse nuevas preguntas y, sobre todo, de reivindicar una verdadera equidad en tareas de fuerza, de intelecto, de sensibilidad y de cuidados.
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