Este neologismo parte de la cultura anglosajona, ante la necesidad del movimiento feminista de poner un término a la violencia que ocurre en las calles contra las mujeres. Es otra forma de violencia de género, una agresión que nace de la desigualdad social y estructural entre hombres y mujeres: quien acosa (el hombre) se cree con el derecho de decirle a la acosada (la mujer) lo que piensa de ella, de su físico generalmente, o hacerle insinuaciones sexuales, incomodándola y generándola un malestar. Sin embargo, continúa viéndose como algo normalizado, hasta el punto de que muchas veces no lo llamamos acoso sino piropos.
Este tipo de violencia se ha normalizado durante siglos y forma parte de la llamada Cultura de la Violación, ya que el agresor no pretende seducir a la víctima con sus «piropos», pretende denotar una relación de poder donde él sale beneficiado. De esta forma, las mujeres no se sienten alagadas, se sienten intimidadas y desprotegidas.
Dentro de este término incluimos toda acción consistente en acosar de manera psicológica y/o verbal a una mujer por el hecho de ser mujer, escudándose en su actitud, forma de andar, vestimenta o simplemente en pasar por allí. Este tipo de acoso va desde el silbido hasta la agresión verbal, normalmente con marcado carácter sexual.
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