Para entender qué es el antifascismo debemos saber primero qué es el fascismo. El fascismo es la reacción del sistema capitalista cuando este entra en crisis y los privilegios de la burguesía están en juego. Ante esta situación, los patronos encontraron en los fascistas la forma de proteger y conservar su nivel de vida y que el sistema capitalista se mantenga. A priori puede parecer un sistema anticapitalista, e incluso un movimiento obrero, pero si se analizan detenidamente se ve que esto no es así.
En primer lugar el fascismo es una ideología separada totalmente del materialismo, es decir, se basa en el más puro idealismo. A esto hay que añadirle el interclasismo que solo sirve para engañar al obrero y hacerle creer que el burgués por ser de su misma raza o nacionalidad tiene intereses comunes en lugar de tenerlos con otros obreros. En lo económico, el fascismo es puramente capitalista, pues sigue existiendo la propiedad privada de los medios de producción e incluso usan mano de obra esclava para abaratar costes. En España, tras la Guerra Civil, los terratenientes que habían perdido sus tierras durante la Segunda República las recuperaron y siguieron dedicándolas al ocio en lugar de al cultivo mientras la mayoría del país se moría de hambre. En los años sesenta llegaría un cambio radical económico echo por el FMI y ejecutado por el gobierno que ayudó a crear la oligarquía financiera que hoy conocemos como el IBEX 35.
El antifascismo aparece en Italia junto a la llegada al poder de Benito Mussolini, y se extiende hacia el resto del mundo paralelamente al auge de los nacionalismos de extrema derecha, como el nazismo en Alemania con la figura de Hitler o el nacional-catolicismo en España con la figura de Franco. El terror fascista, con las guerras que provocó, causó inmediatamente la respuesta de comunistas, anarquistas y socialistas, que se unieron en frentes comunes para combatirlo. La máxima compartida era la necesidad común de derrotar el discurso del odio y la maquinaria de guerra permanente que caracterizaban a los fascismos.
Con el tiempo, el nombre »antifascista» fue desplazándose hacia las ideologías de izquierda, las más afectadas por el legado fascista que había dejado el tiempo. Lo que muestra la historia es que ser antifascista es la respuesta a un mal que nos azota desde siempre: los supremacismos. El fascismo es la reacción más cruel y despiadada que tiene el capitalismo para defender los privilegios de la clase burguesa cuando existe un alto riesgo de revolución obrera.
El antifascismo señala la unión de las fuerzas políticas dispuestas a hermanarse en la lucha contra el fascismo. Habría que decir que los fascismos del siglo XX mantienen ciertas diferencias con respecto al del siglo XXI: mientras que los fascismos del siglo XX estaban directamente vinculados con el desarrollo del capitalismo industrial mediante políticas corporativistas, el fascismo del siglo XXI se apoya generalmente en la doctrina neoliberal. Paralelamente, el antifascismo se posiciona no sólo contra el fascismo, sino contra las políticas económicas neoliberales.
Además, dados los movimientos sociales y las discusiones que aparecen a partir de los años cincuenta, el antifascismo se ve en la obligación de incorporar reivindicaciones más heterogéneas que la clase social, como la voz feminista contra la misoginia o la voz negra contra el racismo. Igualmente, la indefinición general de la socialdemocracia (que, salvo algunas excepciones, ha virado hacia las políticas neoliberales) ha obligado a posicionarse al antifascismo, que se ha ido moviendo cada vez más hacia una crítica radical del sistema capitalista.
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